viernes, 11 de junio de 2010

LA CAFETERÍA.

- Hola, sólo vengo a cantarte un par de verdades – le dijo ella, una vez que cruzó las puertas de la cafetería y se paró a su frente.
No se habían dado ese amistoso abrazo que se regalaban el uno al otro cada vez que se encontraban... no esa tarde, no en ese momento, no cuando había tanto escondido y por confesar. Esa falta de afecto por su parte, le resultó al joven tan chocante como un baldazo de agua fría y no pudo ni siquiera invitarla a sentarse a su lado, antes de que ella hiciera eso mismo por su cuenta (y a una terrible distancia de él y sus ganas de tenerla cerca).
Lo miró directo a los ojos, con cara de póker, aún sabiendo que el dolor que la carcomía, bajo esa expresión despreocupada, era demasiado y la estaba consumiendo desde hacía meses.
Por supuesto que él no notó nada raro en la mirada de la bella chica y sólo la observó expectante (más bien preocupado) ya que no había forma de leer lo que ella pensaba o lo que estaba por hacer. Esta vez, no podría adivinarlo todo con sólo mirarla a los ojos.
Por un momento, pensó que iba a besarlo y sonrío en su mente con la sola idea de poder probar sus labios una vez más. Pero, inmediatamente, recordó las pocas palabras que le había dicho desde que había entrado a aquel lugar y se sintió estúpido (sin contar que se avergonzó de haber pensado, por un momento nada más, como un cerdo que sólo se interesaba en sus placeres y deseos). La miró aún más nervioso y con insatisfacción al notar que, al cabo de tres minutos, ella no había vuelto a pronunciar palabra y no había cambiado su expresión. Entonces, él mismo hizo el intento de acelerar el proceso.
- ¿Vas a hablar en algún momento? – Le preguntó.
- No deberías ser tan ansioso – le remarcó ella, sin alterar su expresión. Él tenía ganas de golpearse a si mismo por semejante metida de pata.
- Estoy seleccionando cuidadosamente las palabras que voy a usar, para que tomes todo esto lo mejor posible, corazón.
Muy bien, ahora él se encontraba irrevocablemente preocupado; ella estaba por darle una noticia fuerte y, al no tener cara de “este es el fin del mundo”, era verdaderamente importante. Tan sólo esperaba que no le comunicara que estaba embarazada ni nada parecido.
Otros dos minutos pasaron y ella, finalmente, habló:
- Te amo – Le confesó, sin mover un músculo, mientras una única lágrima rodaba por su mejilla izquierda. – Te amé en silencio durante mucho tiempo, pero nunca tuve el valor de decírmelo a mí misma porque quería retenerte, y sabía que aclarar esto implicaba liberarte de mi compañía.
Él la miró lleno de vergüenza por sus actitudes de los meses anteriores. Tantas idas y vueltas, tanto y nunca ni una mínima señal de lo que ella estaba revelando... ¿Cómo había sido eso posible? ¿Qué parte había perdido en el camino para no haberlo notado él antes?
No lo sabía.
- Y te lo estoy diciendo porque ya no puedo contenerlo, porque es más fuerte que todo lo demás – prosiguió la señorita, a quien él tanto quería. – Ya sé que tu corazón no me pertenece, que es de otra y que nunca va a ser mío porque no querés que todo suceda de ese modo; de todas maneras no me importa, necesitaba que lo supieras.
- ¿Y ahora? – La interrogó él, esperanzado en que no se precipitara a hacer locuras.
- Ahora es cuando yo te dejo que seas feliz sin mí, porque esta vez no vas a poder conmigo a cuestas...
- ¡NO! – La interrumpió en un grito y todas las personas que se encontraban en la cafetería se voltearon para verlo de manera extraña.
- No me huyas, por favor – No tenía ganas de alejarla de su vida, a ella la necesitaba a su lado, más que nunca.
- No estoy escapándome, estoy haciendo lo mejor para ambos.
- ¿Y qué sabés lo que me conviene a mí? Yo no quiero alejarme de vos, no me hagas esto...
Ella lo silenció con un beso. Sabía que si lo dejaba hablar un rato más, ya no lo dejaría ir nunca. Fue el beso más agridulce de su vida, pero el mejor en mucho tiempo. Él no la amaba, pero no podía (y no quería) dejar sus labios, no mientras recibía el beso con más sentimiento que le habían dado jamás, no sabiendo que estaba a punto de perderla... ¡No quería esa libertad! ¡La quería a ella, quería quererla como siempre y ser egoísta una vez más!
Quería tenerlo todo. Pero no iba a ser posible.
Ella se separó de sus labios, lo miró a los ojos y se despidió:
- Hasta la siguiente vida... – Le susurró al oído y salió disparada hacia la avenida.
Él quiso correrla, pero se acobardó una vez más. Se quedó sentado, con la mirada perdida en el tráfico, que se movía del otro lado del gran ventanal, y un café (que había encargado para ella, eterna adicta a ese brebaje) haciéndole compañía.