jueves, 30 de julio de 2009

El día que tuve a Matt Good cara a cara y me despertaron del sueño más hermoso de mi vida...


Un día Martes de estas vacaciones, por la tarde, yo fui a visitar a mis abuelos que viven justo entre Villa Devoto y Villa del Parque (les comento dónde para que se ubiquen geográficamente los que conocen el barrio), porque tenía ganas de pasar una semana en su casa.
Ese mismo día, antes de comer, mi abuela me había mandado a comprar al kiosco que estaba cerca (a una cuadra, casi legando a Av. Beiró). La cuestión es que ese negocio lo habían comprado unos Yankees que se habían mudado desde L.A. hacía unos días y mi abu me había dicho de ir a mí, para probar mi Inglés (sabiendo que DETESTO hacer mandados, por más mínimo que sea el favor).
Llegué al lugar, toqué el timbre y me atendió Travis Richter; obvio que mi cara era un WTF?! más grande que la vida misma. Compré mis chicles, los puchos de mi abuela y los míos; y, en ese momento, salió Matt Good de adentro de la propiedad... Yo lo miré con una expresión de asombro genial en el rostro (pero bastante disimulado el gesto, ya que no tenía ganas de espantarlo), él me vio y preguntó algo así como
You're gorgeous... Are all the Argentinian girls as pretty as you?
Yo, ruborizada (bueno, hecha un fuego ya), giré la cabeza, le pagué a Travis, agarré mis cosas y me dispuse a volver al depto de mis abuelos. Pero, cuando quise salir, Matt me habló una vez más:
- Do you speak English, pretty girl? - me preguntó, mientras yo no podía creer que semejante bombón me dijera esas cosas a mí (está bien, soy vanidosa, pero que venga Matt Good y me diga "yo creo que sos linda, guacha", es algo muy poco probable... Improbable, diría yo).
- Y-ye-yes... That's why my grandma sent me here.
- Oh, cool. Then you will answer my first question.
- Thanks for the compliment. There are more beautiful girls out there - le respondí un poco corta mambo porque supuse que me estaba chamullando (y a esta altura mi cabecita ya no se la cree más). E ese momento, el chico me frenó y me pidió si podía acompañarlo hasta la 5ta. Avenida, a comprar lentes.
Le rogué prácticamente que me esperara un rato largo, para poder almorzar con mi familia. Corrí de vuelta a la casa de mis abuelos, almorcé y volví a buscar a Matthew.
Estaba sentado en el cordón de la vereda, esperándome, con una peluca y unos lentes de sol. Se levantó cuando llegué y fuimos a tomar el 146. Nos la pasamos todo el viaje en colectivo hablando de por qué estaba en Argentina con toda la banda (claramente me asumí fan de FFTL delante de él), de lo mucho que le había gustado mudarse lejos de L.A. y volar a una tierra donde era un tanto "desconocidos" (debo decir que NI TAN DESCONOCIDOS). De todas maneras, antes de bajar, le pedí que se pusiera el "disfraz" una vez más, ya que la Bond y 5ta. Avenida eran zonas de potencial peligro para su estabilidad física.
Caminamos hasta la galería, se compró sus lentes, fuimos a Starbucks, paseamos por ahí... En fin, compartimos una bonita tarde; hasta que comenzó a oscurecer y volvimos para casa, así mi abuela no se ponía neurótica con su sobre-preocupación. Nos despedimos con un abrazo, en la puerta (sí, como todo un caballero, me había dejado segura en casa).
Pasé todo el día siguiente yendo de la casa de mi abuela a hacer todas las compras, con las esperanza de encontrarlo por ahí... Pero no lo vi en ningún momento. Sí, esa madrugada me dormí pensando que estaba loca, lo había soñado todo, o ambas. Hasta que, al otro día, me sorprendió al encontrarlo parado en la esquina, cuando yo salía a comprar pan.
Se acercó a saludarme con una sonrisa.
- I was waiting for you - me dijo; y las hiperventilaciones de Bella por Edward, eran nada comparadas conmigo en ese momento.
Caminamos, anduvimos de compras todo el día, hasta que llegó la hora de despedirnos, una vez más (algo que no me agradaba, ya que él me hacía sentir muy bien)... Y él me saludó con un beso en la boca (Matt no era tonto).
Obviamente, yo volví a dormir con una sonrisa más grande que mi cara y no pude pegar un ojo pensando en ese día.
Toda esa semana transcurrió hermosamente, con Matt y yo idiotamente tontos, caminando de la mano y a los besos por Recoleta y Puerto Madero (los mejores lugares del mundo)... Y, llegó ese día, el día que yo iba a tener que volver a MI casa y ya no iba a poder verlo todo el tiempo (casi nunca de hecho).
Me levanté de la cama, fui al kiosco a comprar y a buscarlo. Él mismo fue quien atendió. Al ver mi cara de tristeza (infaltable el momento emo), supuso que era por mi partida de esa misma noche. Salió, me abrazó y, ahí mismo, me pidió ser su novia.
Le contesté un yes súper emotivo, me besó...

...Y mi gato me clavó las uñas en la espalda, cuando mi señora madre se metió en mi cuarto a buscar una cosa equis.Ambos terminaron con el mejor sueño de mi vida, y yo me desperté de pésimo humor y gritando NO, NO, NOOOOOOOO a los cuatro vientos (sí, casi mato a mamá y al gatito).

miércoles, 8 de julio de 2009

La Mansión.

Solitario... Así se sentía el joven Leonard aquella noche estrellada del mes de Abril. Estaba un poco aburrido (algo que no era nada nuevo para él) y necesitaba salir de su triste habitación.
El parque de la Mansión Lee no estaba lejos, y no era una mala opción para para pasar la noche. Además, si iba hasta allí, seguramente la encontraría a ella, la única que podría arrancarle esa sensación de vacío: Lady Esther. Quizá, esa chica, podría llegar a robarle una sonrisa sin siquiera proponérselo.
Se apuró a llegar hasta la vieja casa para poder verla. Las rejas de hierro sólido, con el candado que habían construido sus antiguos dueños para que nadie pudiera entrar, ahora se abrían de un simple impulso. Esas hermosas decoraciones grabadas en oro, que años atrás había sabido deslumbrar a quienes las enfrentaban, ya no eran más que raros dibujos en barras de hierro barato.
Abrió la puerta enrejada, prestó un poco de atención y la vio... La señorita se encontraba sentada en el precioso jardín de la casona, jugando con las flores y mirando de tanto en tanto las estrellas. Él la observó en silencio y sin llamar su atención, durante un largo rato. Lo gratificaba verla tan inocentemente alegre, intentando escapar de esa mujer en la cual estaba convirtiéndose; era como una muñeca, hasta vestía como una, y él se sentía muy poca cosa en su camiseta y sus vaqueros.
Tomó el suficiente coraje y se acercó a ella; pero justo cuando estaba por saludarla, la chica levantó su vista para dirigirla hacia él, le entregó una cálida sonrisa y saltó a sus brazos.
- ¡Sabía que eras vos! – exclamó ella, contenta. - Mi intuición nunca falla, sabía que te vería.
El chico no reaccionaba ante semejante demostración de afecto; no por su falta de calidez, si no por la forma mediante la cual ella se había aferrado a él (no sólo con ese asfixiante abrazo, toda ella lo atrapaba de manera bestial).
Esther lo soltó de a poco, temía que su exaltación lo hubiese molestado.
- ¿Hice algo mal? – le preguntó un poco apenada por su falta de respuesta.
El chico negó con la cabeza. Tenía ganas de decirle lo tonto que era por no poder aprovecharla, pero era un poco cobarde como para hacerlo.
- ¿Entonces? – ella agachó la cabeza y su vista se clavó en el vestido rosa pastel decorado con pequeñas y delicadas flores rojas. Tenía ganas de llorar, estaba segura que se equivocaba si esperaba algo más de ese cara dura.
Él estaba a punto de consolarla, cuando sus ojos se fijaron directamente en la Mansión, esa que había visitado algunas veces. Leonard sentía que la conocía muy bien, o que había vivido allí alguna vez. Lo aterraba la imagen imponente de ese caserón lleno de maleza y plantas con flores marchitas. No comprendía el por qué del contraste entre el jardín que parecía un paraíso y la casa tan oscura y sombría.
Ese horrible lugar estaba perturbándolo cada vez más y no sabía cómo ni por qué, pero presentía que la conocía de punta a punta.
Esther vio esa confusión y el miedo en los ojos de él. Intentó sacarlo de ahí para distraerlo.
- Vamos.
Él no hablaba, simplemente miraba la gran construcción.
- Vámonos, Leonard.
Ella también se sentía incómoda en ese lugar. Ya no era tan calmo como cuando estaba sentada a la luz de la luna y con las flores alegrando su noche.
- Por favor, vamos – le pidió casi en una súplica y lo agarró de una mano.
Él hizo caso omiso a los pedidos de la chica, se soltó de su mano y echó a correr hasta perderse en el bosque que lindaba con los fondos de la vieja mansión. No iba a tener problema alguno para llegar al otro lado, ya que lo conocía a la perfección.
Esther se quedó estática en su lugar, observando la mansión. Inconscientemente, la culpaba por haberle quitado el único momento de felicidad al lado de la persona que amaba en secreto, quien ella era capaz de querer así, aunque él no sintiera eso y no le entregara mucho a cambio de su cariño incondicional. Repentinamente, sintió unas incontenibles ganas de ir detrás de él... Y lo hizo, a pesar de nunca haber pisado un bosque en su vida.

Leonard atravesó el bosque y llegó hasta el final, donde había una hermosa playa. El chico caminaba por la arena y observaba el agua cristalina; pero no pensaba en Esther, no se imaginaba a su lado como ella lo hacía todo el tiempo (más esa noche, mientras atravesaba el extenso bosque). Él pensaba en la casa, en esa casa que solía ser de sus abuelos; esa mansión que se había prendido fuego cuando él tenía tan sólo unos meses, por lo cual no podía recordar nada, ni a sus abuelos ni los días felices, sólo que había vivido allí.
Intentó encontrar respuestas a tal confusión, pero sólo pudo hallar un hermoso árbol de flores rosáceas en su camino. La luna daba un tono tan dorado como lastimoso a las flores y Leonard estaba hipnotizado por la belleza de ellas y la paz que le transmitían las flores y el agua de mar.
Su tranquilidad fue interrumpida por un sonido que provenía del bosque por el cual había pasado hacía unos instantes. Sorpresivamente, Esther salió de atrás de un arbusto y comenzó a correr en dirección a la costa. Se detuvo al verlos al chico y al árbol en un punto un tanto lejano de allí, y caminó en dirección a ellos.
Cuando los alcanzó, se quedó embobada mirando las flores. Después de un rato, habló.
- Siempre me gustaron, desde que era pequeña.
Él no dijo nada.
- Solía danzar junto con el viento, debajo de los árboles, mientras caían...- continuó ella con su relato y Leonard giró para darle la espalda. Ella se dio cuenta de que había llegado en un mal momento. De todas maneras, no lo dejaría ahí.
- Creo que deberíamos irnos, Leo.
Aún la ignoraba. Algunas lágrimas comenzaban a escapar de los ojos de la chica, quien se sentía un estorbo.
- Le-onard... Por favor...
La indiferencia de él, no desaparecía. Esther no aguató más la impotencia y las ganas de gritar.
- ¡TE ESTOY HABLANDO, LEONARD!! – le reprochó en un chillido y ya sin poder contener su pena.
El chico se sorprendió un poco por eso, pero aún así no mejoró su actitud al voltear para poder verla a los ojos. Los de Esther estaban hinchados y tan húmedos como el mar. La niña no dudó en hacer lo que tenía ganas y quería en ese momento. Le entregó una sonrisa, se arrojó en sus brazos y lo tomó del rostro de manera violenta, hasta que pudo conseguir (a la fuerza) un beso de sus labios.
Fuera de lo que ella esperaba y lejos de cumplir su cuento de hadas, Leonard la alejó de él con un brusco empujón.
- ¡Esther! ¡¿A caso perdiste la cabeza?!
Estaba sorprendido.
Ella vio la ira en los ojos de ese ser que tanto quería e intentó escapar antes de que él pudiera decirle algo mucho más hiriente. Por el contrario, él la tomó de un brazo y no la dejó huir.
- ¿Hay algo que te falte gritarme en la cara? – le preguntó ella con la voz quebrada. Volteó cabizbaja y él no dudó ni un segundo en hacer lo que también quería: besarla.
Esther, sus labios y su inocencia, lo habían capturado de manera tal, que ya no recordaba ni la Mansión ni ninguno de sus problemas.
Y un beso se consumía, mientras las flores danzaban al son del viento.