Un cuarto oscuro. Eso era suficiente.
Encerrarla entre cuatro paredes alcanzaba para obligarla a perderse a si misma. Ni una ventana para dejar entrar el reflejo de la luna; en ese lugar no había nada que pudiera ayudarla a colocar todas sus partes juntas, para no desesperar. No había forma de que pudiera mantenerse estable por más de quince minutos, y eso ella lo sabía mejor que nadie.
Un minuto había pasado y ya sentía un nudo en el estómago; pero no podía reaccionar ante eso, una parte de ella la frenaba, la hacía permanecer inmóvil sobre la cama, sentada en el rincón más alejado de la puerta. Si tan sólo hubiese tenido la fuerza suficiente como para ponerse de pie y abrirla de par en par, salir de su cárcel y correr a pedir auxilio... Pero no, no tenía la energía suficiente; y si hacía un mínimo esfuerzo por enfrentarse a si misma, no podría aguantar ni hasta un tercio de su límite.
Cinco minutos desde la última vez que había percibido un hilo de luz. Empezaba a tener miedo, mucho más miedo que el que jamás había tenido. No sabía a qué le temía exactamente; jamás había creído en fantasmas, espíritus y cosas así, pero estaba más asustada que nunca, y no sabía por qué. Ni siquiera tenía miedo a no salir de ahí, ya que intuía que alguna vez lo haría. Pero estaba aterrada y se sentía aturdida.
Las lágrimas la inundaron luego de casi ocho minutos de confinamiento. Se encontraba en un conflicto interno, uno de esos que siempre la sorprendían en los peores momentos. Sus tres lados se enfrentaban a muerte sobre el futuro de ella.
Su parte mártir quería morir para terminar de sufrir todo ese miedo; quizá sería la salida más fácil, pero también la más dolorosa.
Su yo neutral, la ayudaría a luchar para abandonar ese cubículo y así poder ser feliz a la luz, lejos de la oscuridad que tanto la desquiciaba.
En cambio, su lado egoísta, no iba a mover un dedo para dejar ese lugar; simplemente esperaría a que la sacaran de allí.
Su pelea interna comenzaba a agotarla y sus cansados ojos se cerraban lentamente, al cabo de doce minutos de encierro. No podía dejar que eso pasara. Las lágrimas no cesaban y eso quizá era lo único que la mantenía despierta, porque el esfuerzo por hallar una luz cercana, le cansaba demasiado la vista.
Debería haber tomado esas tijeras, las que estaban arriba de la heladera. Al menos, un corte en su muñeca teñiría el cuarto de rojo sangre y el miedo no la ahogaría tanto... No, no hubiese servido de nada; aún así no habría luz y la maldita oscuridad seguiría allí.
Ya no podía más. La soledad y el vacío la consumían; una sensación de asfixia la recorría, debía abandonar ese sitio a toda costa. Empezó a gritar, a pedir ayuda; rogaba que alguien la socorriera, que la ayudaran a dejar esa prisión, necesitaba escapar, huir a un lugar mejor; tenía que irse lejos de allí, hacia un lugar lleno de luz. No tenía casi nada de aire en los pulmones, pero el poco que le quedaba, lo invertía en encontrar una salida; y sabía que alguien oiría sus lamentos.
Al cabo de unos segundos, comenzó a notar que se equivocaba, que nadie la escuchaba, que ninguna persona en este mundo podría sacarla de ese lugar tan suyo... Y abandonó los intentos de salvarse.
Encerrarla entre cuatro paredes alcanzaba para obligarla a perderse a si misma. Ni una ventana para dejar entrar el reflejo de la luna; en ese lugar no había nada que pudiera ayudarla a colocar todas sus partes juntas, para no desesperar. No había forma de que pudiera mantenerse estable por más de quince minutos, y eso ella lo sabía mejor que nadie.
Un minuto había pasado y ya sentía un nudo en el estómago; pero no podía reaccionar ante eso, una parte de ella la frenaba, la hacía permanecer inmóvil sobre la cama, sentada en el rincón más alejado de la puerta. Si tan sólo hubiese tenido la fuerza suficiente como para ponerse de pie y abrirla de par en par, salir de su cárcel y correr a pedir auxilio... Pero no, no tenía la energía suficiente; y si hacía un mínimo esfuerzo por enfrentarse a si misma, no podría aguantar ni hasta un tercio de su límite.
Cinco minutos desde la última vez que había percibido un hilo de luz. Empezaba a tener miedo, mucho más miedo que el que jamás había tenido. No sabía a qué le temía exactamente; jamás había creído en fantasmas, espíritus y cosas así, pero estaba más asustada que nunca, y no sabía por qué. Ni siquiera tenía miedo a no salir de ahí, ya que intuía que alguna vez lo haría. Pero estaba aterrada y se sentía aturdida.
Las lágrimas la inundaron luego de casi ocho minutos de confinamiento. Se encontraba en un conflicto interno, uno de esos que siempre la sorprendían en los peores momentos. Sus tres lados se enfrentaban a muerte sobre el futuro de ella.
Su parte mártir quería morir para terminar de sufrir todo ese miedo; quizá sería la salida más fácil, pero también la más dolorosa.
Su yo neutral, la ayudaría a luchar para abandonar ese cubículo y así poder ser feliz a la luz, lejos de la oscuridad que tanto la desquiciaba.
En cambio, su lado egoísta, no iba a mover un dedo para dejar ese lugar; simplemente esperaría a que la sacaran de allí.
Su pelea interna comenzaba a agotarla y sus cansados ojos se cerraban lentamente, al cabo de doce minutos de encierro. No podía dejar que eso pasara. Las lágrimas no cesaban y eso quizá era lo único que la mantenía despierta, porque el esfuerzo por hallar una luz cercana, le cansaba demasiado la vista.
Debería haber tomado esas tijeras, las que estaban arriba de la heladera. Al menos, un corte en su muñeca teñiría el cuarto de rojo sangre y el miedo no la ahogaría tanto... No, no hubiese servido de nada; aún así no habría luz y la maldita oscuridad seguiría allí.
Ya no podía más. La soledad y el vacío la consumían; una sensación de asfixia la recorría, debía abandonar ese sitio a toda costa. Empezó a gritar, a pedir ayuda; rogaba que alguien la socorriera, que la ayudaran a dejar esa prisión, necesitaba escapar, huir a un lugar mejor; tenía que irse lejos de allí, hacia un lugar lleno de luz. No tenía casi nada de aire en los pulmones, pero el poco que le quedaba, lo invertía en encontrar una salida; y sabía que alguien oiría sus lamentos.
Al cabo de unos segundos, comenzó a notar que se equivocaba, que nadie la escuchaba, que ninguna persona en este mundo podría sacarla de ese lugar tan suyo... Y abandonó los intentos de salvarse.
Simplemente lloró, hasta que su agotamiento la venció por completo y pudo, finalmente, quedarse dormida.