sábado, 7 de noviembre de 2009

Protección.

Era un día común, como cualquier otro en mi vida: un poco de estudio, algo de música, pasear por aquí y por allá, volver a casa, y aburrirme. Así veía yo, Marcos, lo que comenzaba a ser mi vida de adulto: algo monótono y solitario. Por suerte, esa tarde iba a llover, y al menos me distraería un poco, me haría pensar, tal vez mejorar bastante mi mal humor de ese día...
- ¡Se viene una tormenta terrible! - Me había señalado mi madre unos minutos antes de que partiera a encontrarme con mis amigos, así que decidí quedarme en casa antes que salir a empaparme como nunca. Por supuesto que no me molestaba perder la tarde en mi hogar, siempre y cuando no me encontrara librado a mi soledad, estaría bien.
Sin nada más por hacer, me senté en el sofá del living y, mientras conversaba con mamá un rato más, prendí mi teléfono celular y lo revisé, por pura rutina. Entre los mensajes de texto que me habían llegado a lo largo del día, había tres de mi amiga Cecilia, de quien podría decir mucho, pero me voy a limitar a señalar que es mi "protegida" (no en el sentido fraternal o romántico de la palabra, sino en el de un cariño que va más allá de todo eso, algo mucho más enfermizo, aunque satisfactorio para ambos..., como una necesidad vital, en el más literal de los sentidos). Dos de los textos, eran contestaciones a mis preguntas de la noche anterior. "Sí, puedo verte el Lunes, salgo de trabajar y nos encontramos si querés", decía el primero. Eso me puso muy contento, ya que hacía un tiempo que no nos veíamos y tenía ganas de saber si Ceci, de verdad estaba tan bien últimamente, o no me mostraba sus perturbaciones para no hacerme "preocupar" (como si ya no me interesara en su bienestar absoluto las veinticuatro horas del día, ja). El segundo mensaje, era un chiste con respecto a mi condición de "no humano", así que me levantó bastante más el ánimo. Cuando llegué al tercer mensaje y estaba a punto de abrirlo, un trueno muy fuerte estremeció todo, y una lluvia torrencial comenzó a caer.
Me asomé a la ventana, con el teléfono en la mano, y miré hacía afuera... Parecía el océano mismo, había una cortina de agua que no dejaba ver absolutamente nada más allá de ella; hasta que, repentinamente, el viento comenzó a quebrarla en todas las direcciones posibles y ya parecía más bien un ciclón. Internamente, me aplaudí a mí mismo por no haberme movido de mi casa, ese temporal significaría la muerte hasta para el ser más fuerte de la Tierra; bueno, a mí nada me sucedería, pero simplemente no estaba con ganas de mojarme.
Volví al sofá y me dispuse a leer el tercer mensaje, el cual decía “Salgo esta tarde, voy a pasear por Capital, a encontrarme con unas amigas después, y vamos a la casa de una de ellas. Te quiero, un beso :3”.
“Es raro que me esté contando esto”, pensé.
- Recibido a las quince horas del dos de noviembre del 2009 – pronuncié, a la vez que leía hora y fecha de llegada del mensaje. En ese momento, un escalofrío me recorrió la columna. En ese segundo ella estaba afuera, en esa terrible tormenta, y sola.
Pensé un poco y revisé el mensaje una vez más. Se iba a Capital y yo estaba en otra zona diferente de Buenos Aires, así que seguramente allá las cosas serían distintas, quizá no llovía tan fuerte y el viento no castigaba tanto... De todas maneras, estaba muy preocupado y tenía que comunicarme con ella, de manera urgente; aunque ya estuviera con sus amigas bajo techo, yo no iba a quedarme conforme hasta saber que estaba segura.
En el momento en el que iba a llamarla por teléfono, el noticiero marcaba que la tormenta era peor en Zona Norte y Capital Federal, que el viento era más fuerte y con ráfagas más intensas, que la lluvia era más, y las calles estaban cuasi inundadas; todo eso había sucedido en cuestión de minutos.
Me quedé duro, con el celular en la mano, mirando al mensaje de Ceci y a la televisión, una y otra vez. Reaccioné de golpe y me dispuse a escribirle un mensaje de texto a ella, para saber dónde estaba, con quién, si estaba segura, y si se iba a quedar ahí; no quería ni verla asomada a una ventana con ese clima. Lo envié, y esperé...
Y esperé, esperé, esperé... ¡Pero ella no me contestaba! Mis nervios iban en aumento, ya no podía tranquilizarme. Huí de la vista de mi madre para que no me hiciera preguntas, y me senté en mi cama, con el teléfono en frente, esperando a que Cecilia diera una mínima señal de vida. Comenzaba a desesperarme, cuando finalmente respondió.
“Salí, pero no me encontré con mis amigas al final. Estoy bien, aunque creo que me perdí y no sé dónde estoy...”, empezaba el mensaje, a mi gusto demasiado relajado para estar perdida, con una tormenta del demonio y sola. Pero, ella era así de despreocupada. “Es una zona muy turbia, pero estoy bien y tranquila. No te preocupes por mí. Te quiero”.
- ¡¿Qué no me preocupe?!! ¿Me está haciendo una joda? – Exclamé ya desesperado, y atiné a llamarla por teléfono.
- Hola – contestó, por suerte o iba a volverme loco.
- ¡¿Cómo que no sabés dónde estás?! - Mi estado contribuyó a que le hiciera esa pregunta en un grito.
- Sí, la verdad que no sé dónde estoy, pero no pasa nada, está todo bien – me aseguró, lo más calmada. Y no estaba intentando hacerme creer eso, de verdad se oía muy tranquila, y eso me dejó mucho más intranquilo.
- No, yo voy para allá – le informé.
- No, no vengas. Mirá el temporal, la lluvia. No-ven-gas – acentuó esas tres sílabas, separándolas, como dándome una orden.
- No te estoy preguntando, Ceci. Te estoy diciendo que voy a buscarte.
- No es necesario. Además, ¿cómo vas a encontrarme? – No sabía si eso era un desafío o qué, pero cuanto más pasaba el tiempo, ella corría más y más peligro allá afuera.
- ¡Voy para allá! – fue todo lo que respondí antes de cortarle el teléfono y salir a la calle con celeridad, sin siquiera avisar que me iba. Mi rabia se notaba inclusive con la cortina de agua sobre mi cabeza. Por suerte, la calle estaba vacía, así nadie me vería usar habilidades no precisamente humanas para llegar hasta mi amiga, quien ahora corría peligro.
¡Por el infierno mismo! Me hacía enojar demasiado que fuera tan despreocupada estando al borde de... No, no tenía ni el valor de pensar en eso; no tenía necesidad de hacerlo tampoco, ya que yo la sacaría de esa tormenta horrible.
Por fin llegué al lugar, y ¡vaya que era terrible! Había sólo calles de tierra, oscuridad por todos lados, nadie afuera de su casa (de todas maneras, no me daba la sensación de que pudiera encontrarme con gente amigable ahí); y una lluvia mucho más fuerte que en cualquier otro lado, con un viento más parecido a un tornado que a una ráfaga de aire.
Busqué a Ceci desesperado, quería retarla por haber hecho semejante cosa..., aunque, una vez que la tuviera a mi alcance, sabía que no iba a decirle nada, sólo la abrazaría hasta cansarme y conforme de que por fin estaba “segura” (nunca lo estaría del todo al lado de un vampiro que codiciaba tanto su sangre, como yo lo hacía). Estaba ahí, podía sentirla, el olor de su sangre me tumbaba hasta entre la lluvia y los nervios, pero necesitaba tenerla a mi lado de manera urgente.
Finalmente la vi, sentada en un banco un poco maltratado, empapada, con un paraguas todo roto en su regazo. Cuando ella me vio a mí, su expresión se deformó hasta que frunció sus cejas y sus labios, denotando enojo.
- Te dije que no vinieras – me reclamó cuando me acerqué a ella. Se puso de pie y empezó a caminar, dándome la espalda.
Yo no lo podía creer, de verdad se había ofendido mucho con mi presencia, y volvía a aparecer esa nena caprichosa y autosuficiente que tanta ternura, pasión y rabia me generaba.
- No, esperá... – detuve lo que fuera que estaba por decirle, porque olía a vampiro en el aire, y no era precisamente un olor agradable, menos que menos de seres amigables. No eran esos que respetaban las reglas, no... Y ella corría mucho más peligro que yo con esas indeseables criaturas tan cerca.
Tomé a Cecilia en mis brazos, obviando sus quejas, cuan secuestro, y eché a correr. Mientras tanto, detrás de nosotros, persiguiéndonos con toda la maldad en sus ojos, había alrededor de diez Sabbat. Y a mí, lo único que me alarmaba era que pudieran llegar a ella, ya que mi protección era nula con esas bestias cerca, quienes en conjunto, eran más peligrosos que cualquier otra cosa en este mundo. Darse cuenta de que ellos estaban detrás de nosotros, alertó a Ceci, a pesar de que aún no sabía lo que eran.
- ¡Nos van a robar, nos van a robar! – Exclamó ella, muy nerviosa y con los ojos fuera de sus órbitas. Indudablemente no tenía ni idea de lo que eran capaces.
- Robar es lo más leve que nos podrían hacer... – le aseguré. No quería alterarla más, pero tampoco podía mentirle – No nos van a dejar en paz hasta que peleemos, no tenemos escapatoria.
Ella se aferró a mi cuello con los brazos, y gritó:
- ¡No, te van a acuchillar! - Claramente, aún no entendía que eran vampiros, y de los peores.
Llegamos a un rincón, donde había una puerta abierta a un sitio bastante parecido a un armario. Encerré ahí a Cecilia. Ella empezó a gritar, a pegarle a la puerta y a las paredes.
- ¡Callate que nos van a matar! – Le dije ya muy enfadado, antes de que los Sabbat me vieran. Luego, me dispuse a pelear contra ellos.
Eran demasiados, me superaban en número y en habilidades; uno de ellos me tomó del cuello y me arrojó contra una pared, luego de que los demás me hubiesen castigado durante un rato largo. Tirado en el piso, prácticamente destruido, sentí un rugido infernal y pude ver cómo se dispersaban para dar paso a una criatura horrible y muy sombría que se acercaba a mí a toda velocidad, lista para acabarme. Como pude, abrí la cabina donde había dejado a Ceci y me escondí con ella, antes de que ese monstruo irreconocible me alcanzara.
Mi amiga estaba hecha un bollito, empapada, llorando, y temblaba (seguramente del miedo). A duras penas entrábamos los dos en el compartimiento, y cuando me vio tan malherido, se desesperó. Yo no sabía qué hacer, odiaba verla de esa manera, en ese momento me odiaba a mí mismo por haberla expuesto a mi venenosa existencia. Lloraba aún más, y me miraba con un dolor que no podría expresar con palabras.
- Nos vamos a morir... – alcanzó a decir, antes de que su desesperación la venciera y se arrojara encima mío.
Olvidando quién era yo, cuán peligroso podía ser su impulso, y todo lo que estaba pasando afuera, buscó mis labios hasta que los encontró con los suyos y me dio un beso tan dulce como amargo; aunque eso mismo seguramente fue lo que lo hizo tan agradable y tan sensual, y lo que me obligó a dejarla manejar la situación, ese riesgo, el miedo a ya no verla nunca más o a que algo le sucediera.
- Pará, pará, no digas esas cosas. No nos vamos a morir, tranquila – le mentí muy impunemente, una vez que el beso concluyó.
Tenía que salvarla a ella por lo menos, pero sabía que eso sería imposible, entonces iba a aprovechar demasiado cada uno de sus movimientos, palabras, lágrimas, lo que fuera que estuviera por regalarme.
Y ya era tarde para detener impulsos y tratar de controlar algo. Sí, estábamos a punto de morir, y eso mismo la impulsaba a besarme una vez más, y a mí a dejarla que hiciera lo que quisiera... Hasta que comencé a temblar y me di cuenta de que no había sacado el amuleto de mi habitación.
Temblaba cada vez que la tenía cerca, porque su sangre olía exquisitamente, y aparentaba ser deliciosa; nunca la había probado, pero quería hacerlo, y sabía que eso era imposible si quería que ella viviera su vida completa. Para que eso no sucediera, llevaba conmigo el amuleto que controlaba esa necesidad tan animal, cada vez que la veía; pero esa noche no lo tenía encima. Me encontraba hipnotizado por su esencia, no iba a poder resistir la tentación; menos teniendo su cuello, su piel tan cerca.
Hice un movimiento brusco y la aparté de mí; tomé su rostro y la miré a los ojos, los suyos denotaban una terrible decepción, e intenté explicar mis acciones antes de que se sintiera peor.
- Por favor, no te pongas mal. No me molestó que me besaras, al contrario, fue... Fue genial...
- ¿Te gustó? – Me preguntó sonrojándose. Seguramente pensaba que no podía verla bien en penumbras, y si así era, estaba equivocada; y esa debilidad que sólo era capaz de mostrar en la oscuridad, me enloquecía.
- Mucho – Le respondí, mientras dejaba salir una risita nerviosa.
- ¿Por qué me dejaste de besar entonces?
No quería asustarla, pero si ponía una excusa patética, terminaría corriendo más peligro conmigo que con los Sabbat.
- Porque me tentás demasiado..., y no quiero solamente tus besos – le confesé.
- OH... Entiendo – sonrió. Era increíble que aún en el peor momento le atrajera la idea de morir por mi hambre. Y no me sentía halagado, me horrorizaba tanto esa idea que dejé de temblar y la abracé lo más fuerte que pude, ya totalmente bajo el control de mi lado más humano.
- Creí que me querías comer – se burló, y logró hacerme reír.
Pero, un estruendo terrible derribó la puerta de nuestro escondite y Cecilia se desvaneció.
Salí de ahí y la busqué con la vista, hasta que la localicé sobre uno de los techos del callejón en el que estábamos; uno de ellos la tenía en sus brazos y me observaba, retándome a ir por él. No sabía qué hacer para rescatarla...
Y apareció en frente de mí, la bestia del rugido: su líder. Quería que peleáramos, deseaba tener mi cabeza; y si realmente iba a salvarla, tenía que vencerlo para así espantar a su tropa.
No sabía de dónde sacaría la fuerza necesaria para superarlo. Hacían bastantes horas que no me alimentaba y estaba muy herido por el combate previo... Pero tenía que matarlo.
Antes de que pudiera realizar un mínimo movimiento, me arrojó contra una pared. En el suelo, oí un chillido de dolor y vi cómo el monstruo que tenía a Ceci estaba torciéndole una pierna.
Al ver semejante crueldad, la ira y el odio me cegaron, y usé todo el poder que me quedaba para atacar al líder...
No fue nada fácil, pero al cabo de unos minutos, tenía su cabeza en mis manos. La estrellé contra el suelo. Lo había hecho pedazos, y había logrado evadir a sus subordinados, quienes huyeron en el momento en el que lo vieron acabar destrozado; uno por uno, desaparecieron, todos excepto el que tenía a Cecilia, desmayada.
Antes de abandonar el lugar, la dejó caer desde esos cinco o seis metros que los separaban del suelo. Llegue hasta ella y, antes de que se estrellara, la atrapé en mis brazos. Despertó y me miró.
- ¿Estás bien? ¿Te mordió ese animal? – Le pregunté, de manera un tanto apresurada.
- Tranquilo, estoy bien. No me tocó... – hizo una pausa - ¡OUCH! – Gritó, mientras intentaba agarrarse la pierna derecha.
- No te muevas, creo que está torcida. Él te hizo esto, yo lo vi desde abajo. Por eso debes haberte desmaya... – no pude concluir, el hambre me poseyó y comencé a temblar.
Sin decirle nada, la apoyé en el suelo y me alejé de ella lo más rápido que pude, antes de re-considerarla como alimento. “Tomé prestadas” unas cuantas muestras de sangre del primer hospital con el que me crucé en el camino y, una vez que bebí hasta la última gota, retorné al callejón. Por suerte para ambos, ya no estaba hambriento, y me sentía más fuerte que nunca.
Ahí estaba ella, sentada en el suelo, contra un muro, y la lluvia (mucho menos intensa) caía sobre sus hombros. No sabía qué decirle para disculparme por todo.
- ¿Te duele mucho? – le pregunté para romper el hielo. – Debería llevarte a un hospital...
- No – me interrumpió. – Mientras te ausentaste, supongo que a comer ratas, como hacía Louis, hice un esfuerzo y puse mi pierna en su lugar. Gracias al Cielo, no me desmayé de nuevo.
- Pero, ¿estás bien?
“¡Qué pregunta tan estúpida, Marcos, por supuesto que no está bien!!”, me grité a mí mismo, después de preguntarle semejante obviedad.
- Mmm..... Sacando el hecho de que casi nos matan y que aún me molesta un poco mi pierna... No, no estoy del todo bien.
- Lo lamento mucho. Espero que puedas perdonarme...
- Ayudame a ponerme de pie, por favor. Todavía no tengo poderes sobrehumanos.
Obvié su comentario sobre las ganas de tenerlos algún día y no le dije nada al respecto, pero no pude evitar molestarme por eso. Era increíble que después de lo vivido, aún deseara ser una de los míos o la tentara adentrarse un poco más en mi mundo.
Una vez que estaba de pie, la sostuve para que no hiciera esfuerzos con su pierna e intenté pedirle perdón, una vez más.
- Perdoname, por favor – le dije, agachando la cabeza. – No debería haberte hecho esto, quién sabe lo que te hubiese pasado si...
Pero, me interrumpió, una vez más.
- ¿Por qué, en lugar de estar disculpándote tanto, no me das un abrazo, que es lo que estoy esperando hace un rato bastante largo? – me exigió, y no pude negarme a eso. La abracé como nunca en la vida. E inmediatamente después de eso, me dispuse a darle un beso que sería muy apasionado. Sorpresivamente...
- ¡No! – Ella no me lo permitió.
- ¿Tan mal beso? – Estaba un poco desconcertado. – ¿O no te interesa besarme porque ya no estamos al borde de la muerte?
- No es eso. Sería muy divertido, romántico y bla, bla, bla darnos un beso bajo la lluvia pero..., no tenés tu amuleto.
Como si ya no me detestara lo suficiente, ahora tenía ganas de golpearme a mí mismo por no llevar ese estúpido colgante encima.
- Y... ¿Qué te parece si lo vamos a buscar? – Mi entusiasmo para con la idea que se me había ocurrido, se notaba bastante.
- ¡Por fin un poco de alegría en tu cara! Me preguntaba cuándo ibas a cambiar esa expresión de perro arrepentido... Bueno, perdón por lo de perro – señaló con mucho sarcasmo.
- Nunca vas a tomarte las situaciones peligrosas en serio, ¿no?
- ¡No! – Exclamó con una sonrisa pícara en el rostro. – Porque sé que eso te fascina – tal vez estaba en lo cierto.
- Mmmm... Puede ser...
- ¡JA! Lo sabía, lo sabía. – Empezó a gritar con su victoria en puerta.
- Bueno, ¿vamos a ir hasta mi casa antes de que amanezca o seguimos conversando acá parados y todos mojados? – La apresuré.
- Uyyyy, ¡qué propuesta tan indecente!
- ¡Pero te encanta! – La desafié. Indudablemente el juego de “¿quién tiene la casa más grande?” nos hacía perder la madurez. No iba a tolerar haberle confesado algo sin nada a cambio.
- Mmmm... Me reservo la opinión – soltó una carcajada y emprendimos el viaje.
Esa noche, la había expuesto a la muerte; aún así, seguía a mi lado, y se lo iba a agradecer eternamente, ya que no había forma de que pudiera alejarme de ella... Ya no podría, no después de todo lo que habíamos pasado.
- ¿Vas a decirme si te gustan mis propuestas indecentes en algún momento?
- Sabés que no voy a decirte nada.
No respondió a mi pregunta y me miró con altanería... Y eso, también me encantaba.