domingo, 9 de agosto de 2009

El Vampiro Cazado.

Cinco y media de la tarde; primera vez en mi vida que había llegado a horario a algún lado y no había nadie ahí para comprobarlo. Pero era de esperarse, él nunca había sido muy puntual tampoco (quizá no lo era conmigo, ya que suelo contagiarle la impuntualidad a todo el que se me acerca), así que iba a esperarlo un buen rato.
Me senté en la orilla del río a mirar los botes y los edificios elegantes que se levantaban majestuosamente del otro lado del dique. El viento comenzaba a despeinarme al cabo de veinticinco minutos de espera, y eso me irritaba terriblemente; mi cabello era algo que amaba demasiado y que me ocupaba varias horas al día, odiaba que se arruinara.
Ya estaba perturbándome esperarlo y lo primero que se me ocurrió fue que seguramente se había perdido.
- Podrá ser eterno, pero no sabe viajar solo en subte... ¡Vaya manera de aprovechar sus habilidades! – Pensé, muy enojada por los cuarenta minutos que llevaba retrasado.
Después de tanto tiempo separados y sin siquiera hablarnos, ni yo entendía por qué quería verme de manera urgente; justamente por eso no me parecía lógico que tardara tanto. De todas maneras, accedí a encontrarme con él; no quería seguir rompiendo mis promesas, ya había roto demasiadas debido a su falta de delicadeza.
Por fin llegó, con cincuenta minutos de retraso y una sonrisa enorme en el rostro. Mi expresión de ofensa no se deformó ni un poco. Me puse de pie para saludarlo y recibí un asfixiante abrazo, al cual no pude responder; mantuve los brazos al costado del cuerpo, hasta que me soltó. Lo miré muy enojada.
- Llegaste tarde – le reclamé.
- Sí, ya sé. Tuve problemas con el colectivo y casi me tomo el otro subte – era tan predecible - ¿Hace mucho que me esperás? – y, de todas las preguntas del mundo, esa era la única que no debía hacer.
- Llegué a la hora que arreglamos. Hace casi una hora que estoy acá sentada.
- Perdón, Ali...
Hubo un silencio monstruoso luego de mis reclamos y sus disculpas, el cual, como era de esperarse, tuve que romper.
- ¿Por qué estabas tan desesperado por verme?
- Te necesitaba.
- Bueno, acá estoy. Aunque... podríamos haber hablado por celu o MSN tranquilamente, no era necesario que nos viéramos - no estaba siendo cruel, simplemente era justa conmigo misma.
- Pero, necesitaba verte – se mostró avergonzado mientras pronunciaba esas palabras. Comprendí perfectamente hacia donde se dirigía la charla del día.
- Yo te necesité, Mike, y necesité verte durante mucho tiempo...
- Lo sé, y yo fui lo suficientemente egoísta en ese entonces como para no darme cuenta.
- ¡Qué bueno que por fin reconozcas alguno de tus defectos!
Me puse de pie y comencé a caminar. Había demasiada gente ahí como para que dejara salir mi bronca acumulada. Afortunadamente, él me siguió. Cruzamos un puente y nos sentamos en una zona algo desierta, detrás de los edificios que impedían la vista al río.
- ¿Qué esperás de mí? – Le pregunté, una vez que pude calmarme.
- Que me perdones...
- No soy Dios para perdonarte – sí, estaba jugando con mi sarcasmo.
- ¡Muy graciosa!
- Si lo que querés es que me olvide de todo lo que pasó y empecemos de cero... – hice una pausa para seleccionar con cuidado mis hirientes palabras, y me dispuse a completar mi dicho:
- No creo que eso sea posible, ser hostil de la noche – iba a llamarlo “estúpido vampiro”, pero ya era un exceso.
- Sé que lo más justo por tu parte sería odiarme y no volver a hablarme, pero yo te quiero y no estoy dispuesto a dejar todo así.
- Es una lástima, porque yo sí puedo dejarlo así y seguir mi vida.
- Por favor, no me trates así – me pidió con expresión de arrepentimiento. Yo no podía ceder, no porque debía ser fuerte, sino porque de verdad me había convertido en una persona muy fría.
- Estoy siendo justa, no puedo ceder ante el capricho de querer a tu mejor amiga de vuelta.
- Ali, yo te quiero.
- No, no me querés a mí, querés a la yo que ya no existe. Re-hice mi vida, ahora soy feliz y no te necesito.
Me puse de pie y me dispuse a caminar nuevamente. No pude evitar que mis ojos derramaran cristalinas lágrimas, las cuales él no llegó a ver, ya que se había quedado atrás, gritando mi nombre, parado al lado del banco donde habíamos estado discutiendo. Esperaba que no se diera cuenta de ninguna forma que yo estaba llorando (no por pena, sino por el odio que durante tanto tiempo me había carcomido el alma). Realmente no lo necesitaba, y temía que ese encuentro repentino y esa discusión me despertaran mucho cariño en él, nuevamente. No podía decir que no lo quería, pero sí afirmar que no era un tesoro para mí, como siempre lo había sido, hasta lastimarme más que nadie en todos mis años de vida.
Yo era feliz, diferente, pero feliz. Había hallado alguien muy valioso en mi miseria, quien me había ayudado a salir de ese pozo donde un vampiro “accidentalmente” me había empujado... Alguien a quien amaba, y me amaba tanto como yo a él, o más. Un ser totalmente opuesto a Michael. Y esperaba verlo pronto, o no iba a responder de mí.
Mike había comenzado a seguirme y esperaba que no pudiera alcanzarme, o iba a salir de mi misma y lastimarlo de la peor forma existente, sin sentir remordimiento alguno. Aunque, el error había sido mío, por recorrer los caminos que siempre habíamos andado juntos.
- Alice, por favor, hablemos – escuché, muy cerca. Giré y no vi a nadie a mí alrededor, todo estaba desierto de vida humana; tampoco encontré al vampiro necio del cual estaba huyendo por amor propio.
Seguí caminando. Intenté cambiar de rumbo para perderlo y volví hacia el sector del dique donde supuestamente me encontraría con mucha gente... No había nadie allí, sólo la seguridad típica del lugar, y los vehículos de la gente adinerada que ahí vivía, esos a los que poco les importa lo que suceda fuera de sus pequeñas burbujas de lujo.
¿Por qué demonios estaba sola, con un chupasangre pisándome los talones, en un sitio tan grande? No tenía cómo pedir ayuda, no sabía de lo que él sería capaz si lo intentaba; tampoco llegaría a un medio de transporte público antes de que Michael intentara detenerme y lo lograra. No podía escapar, por primera vez en mucho tiempo, tenía miedo en uno de los lugares más seguros que conocía. Y aún estaba dispuesta a dañarlo si intentaba hablarme o reconciliarse conmigo una vez más.
No sabía cómo salir de la situación y comenzaba a sentirme abrumada; ya lloraba mucho de impotencia, y no podía frenar los bonitos momentos que él y yo habíamos pasado, mientras uno a uno volvían a hacer presión en mí, después de todos esos meses. Quería correr, pero la energía no me alcanzaba.
Giré en una esquina y me encontré en una calle larguísima, casi interminable, muy oscura. Las luces de un auto, iluminaron un rincón apartado, en donde pude reconocer la figura de un hombre más alto que yo... Pero no era Michael, no se parecía ni un poco a él; de hecho, no lucía como alguien demasiado amigable, aunque era muy bello y tenía un aura algo espectral. Se fue acercando hacia mí, en un principio, sigilosamente; luego, demasiado rápido. Yo, que sabía qué clase de criatura tenía en frente, estaba inmóvil y muy asustada. Se acercó lo suficiente como para rozarme con una mano, y desapareció.
¡Vaya bromista! Pensé, mientras el pánico comenzaba a recorrerme. El ser volvió a aparecer frente a mis ojos y dejó salir una fuerte carcajada. Se acercó bruscamente a mi cuello, mientras yo sentía que enloquecía de la risa. El maldito Malkavian estaba utilizando su destreza para desquiciarme y poder beber de mí después... ¡Bonita forma de completar mi día! Con un poco de suerte, moriría; aunque, acabar como él... No, eso jamás. Por mucho que ansiara vivir para siempre, no tenía derecho alguno de herir a quien me había rescatado de un ser de la noche hacía ya un tiempo, no podía convertirme en eso que Z tanto odiaba.
Deseé morir, que la vorágine y el frenesí del lunático me quitaran hasta la última gota de sangre... Pero nunca llegó a clavar un solo colmillo en mí. En cambió, una fuerza sobrehumana me arrojó contra la entrada de un enorme edificio, caí al suelo; me golpeé la cabeza y entré en un shock extraño, mis ojos se cerraron y perdí el conocimiento durante unos segundos. En mi estado ausente, pude ver cómo los dos vampiros (Mike y el que había intentado matarme; el Toreador y el Malkavian) se lanzaban maldiciones. Finalmente, el lunático se fue, bufando y con ganas de matar a quien me había rescatado de sus garras.
Me quedé tirada en el suelo, sólo podía mover los brazos, el resto de mi cuerpo se encontraba estático y todos mis huesos dolían por los golpes que me había dado al chocar contra las columnas y caer bruscamente al suelo. Aún estaba viva y no había recibido el veneno del vampiro en mi sangre... ¡Genial! Ahora no sólo recuerdos me unían a mi ex - mejor amigo, también le debía mi vida. Las cosas no me salían bien y era un día nada típico para mí; a ese ritmo, sólo faltaba que lloviera.
Mis músculos comenzaron a despertarse poco a poco. Mi visión se normalizó del todo, y vi a Michael, arrodillado a un par de metros de donde mi cuerpo se encontraba. Decidí romper el silencio, para mostrarle que estaba del todo viva y que no había sufrido daño cerebral ni nada por el estilo.
- ¿Debería agradecerte por haberme rescatado del lunático, o insultarte por intentar matarme?
- ¿Cómo supiste que era un Malk...? – No terminó con su pregunta. Por supuesto que recordaba lo mucho que me interesaba el vampirismo, y ese clan en particular.
- En fin, ¿qué hacés ahí, apartado de todo? Podrías acercarte y ayudarme, mínimamente – le reclamé. No tenía intenciones en sentarme o ponerme de pie sola, para volver a caer o marearme.
- Respiro – me respondió.
Solté una risita burlona. Era un muy mal chiste, él no necesitaba aire puro en los pulmones, como yo.
- No seas ingenua. Es tu sangre la que me mantiene a esta distancia.
Permanecí en silencio y alcé un brazo. Estaba lastimado y el líquido brotaba de a poco.
- ¿Tan desagradable es mi esencia? – Le pregunté, con mucho sarcasmo.
- No precisamente. Al contrario – su respuesta era algo que ya tenía entendido.
- Wow! Ahora me siento segura. Hubieras dejado al otro hacer todo el trabajo. Ya no me interesa que me mates.
- ¡No te voy a comer, Ali! Y el Malkavian tampoco tenía intenciones de hacerlo... Él pretendía abrazarte.
Si lo que había discutido con el otro era cierto, ese vampiro quería convertirme en una más de su clan.
- Algunas cosas nunca cambian – le reproché.
- Te dije que no iba a dejar que ninguno de los de mi especie intentara esa clase de estupideces con vos... Y menos por venganza hacia tu novio, el cazador de vampiros – agachó la cabeza.
- Ojalá y cumplieras todas tus promesas como lo hiciste con esa... – pausé mi ataque; algo de lo que dijo había capturado mi atención - ¿Qué tiene que ver Z en todo esto? – Le pregunté, a la defensiva y por fin sentándome para observarlo mejor.
- ¿Un cazador? Ali, ¿qué hacés con una persona así?
Había un dejo de dolor en sus palabras. Claro que no le agradaba la idea de que el amor de mi alma y la luz de mis ojos fuera un enemigo para él.
- ¿Acaso yo controlo tus relaciones, Michael?
- Ese ser nos odia, nos da caza y sin recibir un castigo, porque supuestamente limpia la Tierra de “asesinos chupasangre”; pero él es tan criminal como nosotros.
- ¿Y qué con eso? – le pregunté sin prestarle mucha atención. Ya no me interesaba oírlo hablar.
- ¿Dónde quedó tu admiración por los seres de la noche? ¿Y todo el cariño que me tenías? – El dolor se hacía presente cada vez más en sus palabras; pero no había derecho a que fuera la víctima.
- Él me ama, yo lo amo. Me rescató de la depresión en la que me sumieron tus mentiras y las falsas ilusiones que creaste en mí. Dejame en paz, el cariño que te tenía, murió el día que me heriste y me sacaste el corazón.
Intenté ponerme de pie, sostenida de una columna; pero no pude, aún estaba demasiado mareada.
No entendía por qué motivo él seguía ahí, si lo había lastimado lo suficiente como para que no me buscara en tres vidas. Opté por ignorarlo... Pero, él siempre tenía algo para decir o hacer.
- ¿Y si yo te convierto en una de los míos? – Si intentaba seducirme con la idea de ser un Toreador, perdía su tiempo – Sabés que podría – me aseguró, poniéndose de pie.
- No podés. Necesitás permiso para eso.
- ¿Qué te hace suponer que no lo tengo desde hace mucho tiempo?
- Serías incapaz de hacerlo – lo desafié – Además, no quiero ser un vampiro, gracias.
- ¿De verdad?
Se acercó a mí, me sostuvo, tomó mi brazo herido y dejó ver sus ponzoñosos dientes. Quizá me había excedido y ahora pagaría por eso.
- ¡Ni lo sueñes, no quiero ser como vos!! – Chillé.
En ese momento, un silencio sepulcral nos invadió y pude oír pasos muy cerca de ambos.
- ¡Soltala! – Ordenó una voz, su voz.
Él, quien me había sacado de mi miseria, estaba ahí, listo para rescatarme nuevamente.
- Dejame ir, Mike, por favor.
- Soltala, maldito chupasangre.
- Bueno, pero si es la persona que le lavó el cerebro a Alice en estos últimos meses... ¿Qué vas a hacer si no la dejo ir, matarme? ¿Acaso serías capaz de lastimar a la persona que amás quitándole a un ser querido, cazador?
Z no era poco inteligente y no iba a ceder.
- Tus juegos y manipulaciones no funcionan conmigo, rata. Conozco a los de tu calaña. Ahora, te lo repito por última vez, ¡SOLTALA! – Le ordenó, ya demasiado enojado. Hizo un rápido movimiento y sacó a relucir su revólver, el único objeto con el poder de destruir a un vampiro.
Michael me dejó en libertad y volví a caer al suelo, aún no tenía la suficiente fuerza como para tenerme en pie. Pude ver la duda en los defensores y enfadados ojos de Z, noté que no sabía si bajar la guardia para ayudarme o mantener su postura frente al vampiro, para evitar que este lo matara o volviera a tocarme.
- Estoy bien – lo tranquilicé – no te preocupes por mí ahora.
- ¿Te hizo algo?
- No, no me mordió.
- Bien.
Aún tenía el arma, apuntando hacia la cabeza del Toreador. Yo me preguntaba si de verdad lo mataría; si de verdad le pesaba lo que me había hecho hacía un tiempo y su intento de convertirme en un ser de la oscuridad, entonces Mike acabaría baleado.
- Ali... – Michael se dirigió a mí, una última vez.
- ¿Sí?
- Perdoname por todo lo que te hice. Nunca quise que las cosas se dieran así.
Me puse de pie, con intenciones de darle un abrazo. Me acerqué a él y lo abracé por última vez. Volví a los brazos de Z.
- ¿Vas a hacerlo? Es tu perdón lo único que me dejaría en paz – me aseguró mi amigo.
- Está bien, te perdono – le dije.
Le regalé una sonrisa a Michael, mientras las lágrimas inundaban mi rostro... Y Z, apretó el gatillo.