sábado, 7 de noviembre de 2009

Protección.

Era un día común, como cualquier otro en mi vida: un poco de estudio, algo de música, pasear por aquí y por allá, volver a casa, y aburrirme. Así veía yo, Marcos, lo que comenzaba a ser mi vida de adulto: algo monótono y solitario. Por suerte, esa tarde iba a llover, y al menos me distraería un poco, me haría pensar, tal vez mejorar bastante mi mal humor de ese día...
- ¡Se viene una tormenta terrible! - Me había señalado mi madre unos minutos antes de que partiera a encontrarme con mis amigos, así que decidí quedarme en casa antes que salir a empaparme como nunca. Por supuesto que no me molestaba perder la tarde en mi hogar, siempre y cuando no me encontrara librado a mi soledad, estaría bien.
Sin nada más por hacer, me senté en el sofá del living y, mientras conversaba con mamá un rato más, prendí mi teléfono celular y lo revisé, por pura rutina. Entre los mensajes de texto que me habían llegado a lo largo del día, había tres de mi amiga Cecilia, de quien podría decir mucho, pero me voy a limitar a señalar que es mi "protegida" (no en el sentido fraternal o romántico de la palabra, sino en el de un cariño que va más allá de todo eso, algo mucho más enfermizo, aunque satisfactorio para ambos..., como una necesidad vital, en el más literal de los sentidos). Dos de los textos, eran contestaciones a mis preguntas de la noche anterior. "Sí, puedo verte el Lunes, salgo de trabajar y nos encontramos si querés", decía el primero. Eso me puso muy contento, ya que hacía un tiempo que no nos veíamos y tenía ganas de saber si Ceci, de verdad estaba tan bien últimamente, o no me mostraba sus perturbaciones para no hacerme "preocupar" (como si ya no me interesara en su bienestar absoluto las veinticuatro horas del día, ja). El segundo mensaje, era un chiste con respecto a mi condición de "no humano", así que me levantó bastante más el ánimo. Cuando llegué al tercer mensaje y estaba a punto de abrirlo, un trueno muy fuerte estremeció todo, y una lluvia torrencial comenzó a caer.
Me asomé a la ventana, con el teléfono en la mano, y miré hacía afuera... Parecía el océano mismo, había una cortina de agua que no dejaba ver absolutamente nada más allá de ella; hasta que, repentinamente, el viento comenzó a quebrarla en todas las direcciones posibles y ya parecía más bien un ciclón. Internamente, me aplaudí a mí mismo por no haberme movido de mi casa, ese temporal significaría la muerte hasta para el ser más fuerte de la Tierra; bueno, a mí nada me sucedería, pero simplemente no estaba con ganas de mojarme.
Volví al sofá y me dispuse a leer el tercer mensaje, el cual decía “Salgo esta tarde, voy a pasear por Capital, a encontrarme con unas amigas después, y vamos a la casa de una de ellas. Te quiero, un beso :3”.
“Es raro que me esté contando esto”, pensé.
- Recibido a las quince horas del dos de noviembre del 2009 – pronuncié, a la vez que leía hora y fecha de llegada del mensaje. En ese momento, un escalofrío me recorrió la columna. En ese segundo ella estaba afuera, en esa terrible tormenta, y sola.
Pensé un poco y revisé el mensaje una vez más. Se iba a Capital y yo estaba en otra zona diferente de Buenos Aires, así que seguramente allá las cosas serían distintas, quizá no llovía tan fuerte y el viento no castigaba tanto... De todas maneras, estaba muy preocupado y tenía que comunicarme con ella, de manera urgente; aunque ya estuviera con sus amigas bajo techo, yo no iba a quedarme conforme hasta saber que estaba segura.
En el momento en el que iba a llamarla por teléfono, el noticiero marcaba que la tormenta era peor en Zona Norte y Capital Federal, que el viento era más fuerte y con ráfagas más intensas, que la lluvia era más, y las calles estaban cuasi inundadas; todo eso había sucedido en cuestión de minutos.
Me quedé duro, con el celular en la mano, mirando al mensaje de Ceci y a la televisión, una y otra vez. Reaccioné de golpe y me dispuse a escribirle un mensaje de texto a ella, para saber dónde estaba, con quién, si estaba segura, y si se iba a quedar ahí; no quería ni verla asomada a una ventana con ese clima. Lo envié, y esperé...
Y esperé, esperé, esperé... ¡Pero ella no me contestaba! Mis nervios iban en aumento, ya no podía tranquilizarme. Huí de la vista de mi madre para que no me hiciera preguntas, y me senté en mi cama, con el teléfono en frente, esperando a que Cecilia diera una mínima señal de vida. Comenzaba a desesperarme, cuando finalmente respondió.
“Salí, pero no me encontré con mis amigas al final. Estoy bien, aunque creo que me perdí y no sé dónde estoy...”, empezaba el mensaje, a mi gusto demasiado relajado para estar perdida, con una tormenta del demonio y sola. Pero, ella era así de despreocupada. “Es una zona muy turbia, pero estoy bien y tranquila. No te preocupes por mí. Te quiero”.
- ¡¿Qué no me preocupe?!! ¿Me está haciendo una joda? – Exclamé ya desesperado, y atiné a llamarla por teléfono.
- Hola – contestó, por suerte o iba a volverme loco.
- ¡¿Cómo que no sabés dónde estás?! - Mi estado contribuyó a que le hiciera esa pregunta en un grito.
- Sí, la verdad que no sé dónde estoy, pero no pasa nada, está todo bien – me aseguró, lo más calmada. Y no estaba intentando hacerme creer eso, de verdad se oía muy tranquila, y eso me dejó mucho más intranquilo.
- No, yo voy para allá – le informé.
- No, no vengas. Mirá el temporal, la lluvia. No-ven-gas – acentuó esas tres sílabas, separándolas, como dándome una orden.
- No te estoy preguntando, Ceci. Te estoy diciendo que voy a buscarte.
- No es necesario. Además, ¿cómo vas a encontrarme? – No sabía si eso era un desafío o qué, pero cuanto más pasaba el tiempo, ella corría más y más peligro allá afuera.
- ¡Voy para allá! – fue todo lo que respondí antes de cortarle el teléfono y salir a la calle con celeridad, sin siquiera avisar que me iba. Mi rabia se notaba inclusive con la cortina de agua sobre mi cabeza. Por suerte, la calle estaba vacía, así nadie me vería usar habilidades no precisamente humanas para llegar hasta mi amiga, quien ahora corría peligro.
¡Por el infierno mismo! Me hacía enojar demasiado que fuera tan despreocupada estando al borde de... No, no tenía ni el valor de pensar en eso; no tenía necesidad de hacerlo tampoco, ya que yo la sacaría de esa tormenta horrible.
Por fin llegué al lugar, y ¡vaya que era terrible! Había sólo calles de tierra, oscuridad por todos lados, nadie afuera de su casa (de todas maneras, no me daba la sensación de que pudiera encontrarme con gente amigable ahí); y una lluvia mucho más fuerte que en cualquier otro lado, con un viento más parecido a un tornado que a una ráfaga de aire.
Busqué a Ceci desesperado, quería retarla por haber hecho semejante cosa..., aunque, una vez que la tuviera a mi alcance, sabía que no iba a decirle nada, sólo la abrazaría hasta cansarme y conforme de que por fin estaba “segura” (nunca lo estaría del todo al lado de un vampiro que codiciaba tanto su sangre, como yo lo hacía). Estaba ahí, podía sentirla, el olor de su sangre me tumbaba hasta entre la lluvia y los nervios, pero necesitaba tenerla a mi lado de manera urgente.
Finalmente la vi, sentada en un banco un poco maltratado, empapada, con un paraguas todo roto en su regazo. Cuando ella me vio a mí, su expresión se deformó hasta que frunció sus cejas y sus labios, denotando enojo.
- Te dije que no vinieras – me reclamó cuando me acerqué a ella. Se puso de pie y empezó a caminar, dándome la espalda.
Yo no lo podía creer, de verdad se había ofendido mucho con mi presencia, y volvía a aparecer esa nena caprichosa y autosuficiente que tanta ternura, pasión y rabia me generaba.
- No, esperá... – detuve lo que fuera que estaba por decirle, porque olía a vampiro en el aire, y no era precisamente un olor agradable, menos que menos de seres amigables. No eran esos que respetaban las reglas, no... Y ella corría mucho más peligro que yo con esas indeseables criaturas tan cerca.
Tomé a Cecilia en mis brazos, obviando sus quejas, cuan secuestro, y eché a correr. Mientras tanto, detrás de nosotros, persiguiéndonos con toda la maldad en sus ojos, había alrededor de diez Sabbat. Y a mí, lo único que me alarmaba era que pudieran llegar a ella, ya que mi protección era nula con esas bestias cerca, quienes en conjunto, eran más peligrosos que cualquier otra cosa en este mundo. Darse cuenta de que ellos estaban detrás de nosotros, alertó a Ceci, a pesar de que aún no sabía lo que eran.
- ¡Nos van a robar, nos van a robar! – Exclamó ella, muy nerviosa y con los ojos fuera de sus órbitas. Indudablemente no tenía ni idea de lo que eran capaces.
- Robar es lo más leve que nos podrían hacer... – le aseguré. No quería alterarla más, pero tampoco podía mentirle – No nos van a dejar en paz hasta que peleemos, no tenemos escapatoria.
Ella se aferró a mi cuello con los brazos, y gritó:
- ¡No, te van a acuchillar! - Claramente, aún no entendía que eran vampiros, y de los peores.
Llegamos a un rincón, donde había una puerta abierta a un sitio bastante parecido a un armario. Encerré ahí a Cecilia. Ella empezó a gritar, a pegarle a la puerta y a las paredes.
- ¡Callate que nos van a matar! – Le dije ya muy enfadado, antes de que los Sabbat me vieran. Luego, me dispuse a pelear contra ellos.
Eran demasiados, me superaban en número y en habilidades; uno de ellos me tomó del cuello y me arrojó contra una pared, luego de que los demás me hubiesen castigado durante un rato largo. Tirado en el piso, prácticamente destruido, sentí un rugido infernal y pude ver cómo se dispersaban para dar paso a una criatura horrible y muy sombría que se acercaba a mí a toda velocidad, lista para acabarme. Como pude, abrí la cabina donde había dejado a Ceci y me escondí con ella, antes de que ese monstruo irreconocible me alcanzara.
Mi amiga estaba hecha un bollito, empapada, llorando, y temblaba (seguramente del miedo). A duras penas entrábamos los dos en el compartimiento, y cuando me vio tan malherido, se desesperó. Yo no sabía qué hacer, odiaba verla de esa manera, en ese momento me odiaba a mí mismo por haberla expuesto a mi venenosa existencia. Lloraba aún más, y me miraba con un dolor que no podría expresar con palabras.
- Nos vamos a morir... – alcanzó a decir, antes de que su desesperación la venciera y se arrojara encima mío.
Olvidando quién era yo, cuán peligroso podía ser su impulso, y todo lo que estaba pasando afuera, buscó mis labios hasta que los encontró con los suyos y me dio un beso tan dulce como amargo; aunque eso mismo seguramente fue lo que lo hizo tan agradable y tan sensual, y lo que me obligó a dejarla manejar la situación, ese riesgo, el miedo a ya no verla nunca más o a que algo le sucediera.
- Pará, pará, no digas esas cosas. No nos vamos a morir, tranquila – le mentí muy impunemente, una vez que el beso concluyó.
Tenía que salvarla a ella por lo menos, pero sabía que eso sería imposible, entonces iba a aprovechar demasiado cada uno de sus movimientos, palabras, lágrimas, lo que fuera que estuviera por regalarme.
Y ya era tarde para detener impulsos y tratar de controlar algo. Sí, estábamos a punto de morir, y eso mismo la impulsaba a besarme una vez más, y a mí a dejarla que hiciera lo que quisiera... Hasta que comencé a temblar y me di cuenta de que no había sacado el amuleto de mi habitación.
Temblaba cada vez que la tenía cerca, porque su sangre olía exquisitamente, y aparentaba ser deliciosa; nunca la había probado, pero quería hacerlo, y sabía que eso era imposible si quería que ella viviera su vida completa. Para que eso no sucediera, llevaba conmigo el amuleto que controlaba esa necesidad tan animal, cada vez que la veía; pero esa noche no lo tenía encima. Me encontraba hipnotizado por su esencia, no iba a poder resistir la tentación; menos teniendo su cuello, su piel tan cerca.
Hice un movimiento brusco y la aparté de mí; tomé su rostro y la miré a los ojos, los suyos denotaban una terrible decepción, e intenté explicar mis acciones antes de que se sintiera peor.
- Por favor, no te pongas mal. No me molestó que me besaras, al contrario, fue... Fue genial...
- ¿Te gustó? – Me preguntó sonrojándose. Seguramente pensaba que no podía verla bien en penumbras, y si así era, estaba equivocada; y esa debilidad que sólo era capaz de mostrar en la oscuridad, me enloquecía.
- Mucho – Le respondí, mientras dejaba salir una risita nerviosa.
- ¿Por qué me dejaste de besar entonces?
No quería asustarla, pero si ponía una excusa patética, terminaría corriendo más peligro conmigo que con los Sabbat.
- Porque me tentás demasiado..., y no quiero solamente tus besos – le confesé.
- OH... Entiendo – sonrió. Era increíble que aún en el peor momento le atrajera la idea de morir por mi hambre. Y no me sentía halagado, me horrorizaba tanto esa idea que dejé de temblar y la abracé lo más fuerte que pude, ya totalmente bajo el control de mi lado más humano.
- Creí que me querías comer – se burló, y logró hacerme reír.
Pero, un estruendo terrible derribó la puerta de nuestro escondite y Cecilia se desvaneció.
Salí de ahí y la busqué con la vista, hasta que la localicé sobre uno de los techos del callejón en el que estábamos; uno de ellos la tenía en sus brazos y me observaba, retándome a ir por él. No sabía qué hacer para rescatarla...
Y apareció en frente de mí, la bestia del rugido: su líder. Quería que peleáramos, deseaba tener mi cabeza; y si realmente iba a salvarla, tenía que vencerlo para así espantar a su tropa.
No sabía de dónde sacaría la fuerza necesaria para superarlo. Hacían bastantes horas que no me alimentaba y estaba muy herido por el combate previo... Pero tenía que matarlo.
Antes de que pudiera realizar un mínimo movimiento, me arrojó contra una pared. En el suelo, oí un chillido de dolor y vi cómo el monstruo que tenía a Ceci estaba torciéndole una pierna.
Al ver semejante crueldad, la ira y el odio me cegaron, y usé todo el poder que me quedaba para atacar al líder...
No fue nada fácil, pero al cabo de unos minutos, tenía su cabeza en mis manos. La estrellé contra el suelo. Lo había hecho pedazos, y había logrado evadir a sus subordinados, quienes huyeron en el momento en el que lo vieron acabar destrozado; uno por uno, desaparecieron, todos excepto el que tenía a Cecilia, desmayada.
Antes de abandonar el lugar, la dejó caer desde esos cinco o seis metros que los separaban del suelo. Llegue hasta ella y, antes de que se estrellara, la atrapé en mis brazos. Despertó y me miró.
- ¿Estás bien? ¿Te mordió ese animal? – Le pregunté, de manera un tanto apresurada.
- Tranquilo, estoy bien. No me tocó... – hizo una pausa - ¡OUCH! – Gritó, mientras intentaba agarrarse la pierna derecha.
- No te muevas, creo que está torcida. Él te hizo esto, yo lo vi desde abajo. Por eso debes haberte desmaya... – no pude concluir, el hambre me poseyó y comencé a temblar.
Sin decirle nada, la apoyé en el suelo y me alejé de ella lo más rápido que pude, antes de re-considerarla como alimento. “Tomé prestadas” unas cuantas muestras de sangre del primer hospital con el que me crucé en el camino y, una vez que bebí hasta la última gota, retorné al callejón. Por suerte para ambos, ya no estaba hambriento, y me sentía más fuerte que nunca.
Ahí estaba ella, sentada en el suelo, contra un muro, y la lluvia (mucho menos intensa) caía sobre sus hombros. No sabía qué decirle para disculparme por todo.
- ¿Te duele mucho? – le pregunté para romper el hielo. – Debería llevarte a un hospital...
- No – me interrumpió. – Mientras te ausentaste, supongo que a comer ratas, como hacía Louis, hice un esfuerzo y puse mi pierna en su lugar. Gracias al Cielo, no me desmayé de nuevo.
- Pero, ¿estás bien?
“¡Qué pregunta tan estúpida, Marcos, por supuesto que no está bien!!”, me grité a mí mismo, después de preguntarle semejante obviedad.
- Mmm..... Sacando el hecho de que casi nos matan y que aún me molesta un poco mi pierna... No, no estoy del todo bien.
- Lo lamento mucho. Espero que puedas perdonarme...
- Ayudame a ponerme de pie, por favor. Todavía no tengo poderes sobrehumanos.
Obvié su comentario sobre las ganas de tenerlos algún día y no le dije nada al respecto, pero no pude evitar molestarme por eso. Era increíble que después de lo vivido, aún deseara ser una de los míos o la tentara adentrarse un poco más en mi mundo.
Una vez que estaba de pie, la sostuve para que no hiciera esfuerzos con su pierna e intenté pedirle perdón, una vez más.
- Perdoname, por favor – le dije, agachando la cabeza. – No debería haberte hecho esto, quién sabe lo que te hubiese pasado si...
Pero, me interrumpió, una vez más.
- ¿Por qué, en lugar de estar disculpándote tanto, no me das un abrazo, que es lo que estoy esperando hace un rato bastante largo? – me exigió, y no pude negarme a eso. La abracé como nunca en la vida. E inmediatamente después de eso, me dispuse a darle un beso que sería muy apasionado. Sorpresivamente...
- ¡No! – Ella no me lo permitió.
- ¿Tan mal beso? – Estaba un poco desconcertado. – ¿O no te interesa besarme porque ya no estamos al borde de la muerte?
- No es eso. Sería muy divertido, romántico y bla, bla, bla darnos un beso bajo la lluvia pero..., no tenés tu amuleto.
Como si ya no me detestara lo suficiente, ahora tenía ganas de golpearme a mí mismo por no llevar ese estúpido colgante encima.
- Y... ¿Qué te parece si lo vamos a buscar? – Mi entusiasmo para con la idea que se me había ocurrido, se notaba bastante.
- ¡Por fin un poco de alegría en tu cara! Me preguntaba cuándo ibas a cambiar esa expresión de perro arrepentido... Bueno, perdón por lo de perro – señaló con mucho sarcasmo.
- Nunca vas a tomarte las situaciones peligrosas en serio, ¿no?
- ¡No! – Exclamó con una sonrisa pícara en el rostro. – Porque sé que eso te fascina – tal vez estaba en lo cierto.
- Mmmm... Puede ser...
- ¡JA! Lo sabía, lo sabía. – Empezó a gritar con su victoria en puerta.
- Bueno, ¿vamos a ir hasta mi casa antes de que amanezca o seguimos conversando acá parados y todos mojados? – La apresuré.
- Uyyyy, ¡qué propuesta tan indecente!
- ¡Pero te encanta! – La desafié. Indudablemente el juego de “¿quién tiene la casa más grande?” nos hacía perder la madurez. No iba a tolerar haberle confesado algo sin nada a cambio.
- Mmmm... Me reservo la opinión – soltó una carcajada y emprendimos el viaje.
Esa noche, la había expuesto a la muerte; aún así, seguía a mi lado, y se lo iba a agradecer eternamente, ya que no había forma de que pudiera alejarme de ella... Ya no podría, no después de todo lo que habíamos pasado.
- ¿Vas a decirme si te gustan mis propuestas indecentes en algún momento?
- Sabés que no voy a decirte nada.
No respondió a mi pregunta y me miró con altanería... Y eso, también me encantaba.

domingo, 9 de agosto de 2009

El Vampiro Cazado.

Cinco y media de la tarde; primera vez en mi vida que había llegado a horario a algún lado y no había nadie ahí para comprobarlo. Pero era de esperarse, él nunca había sido muy puntual tampoco (quizá no lo era conmigo, ya que suelo contagiarle la impuntualidad a todo el que se me acerca), así que iba a esperarlo un buen rato.
Me senté en la orilla del río a mirar los botes y los edificios elegantes que se levantaban majestuosamente del otro lado del dique. El viento comenzaba a despeinarme al cabo de veinticinco minutos de espera, y eso me irritaba terriblemente; mi cabello era algo que amaba demasiado y que me ocupaba varias horas al día, odiaba que se arruinara.
Ya estaba perturbándome esperarlo y lo primero que se me ocurrió fue que seguramente se había perdido.
- Podrá ser eterno, pero no sabe viajar solo en subte... ¡Vaya manera de aprovechar sus habilidades! – Pensé, muy enojada por los cuarenta minutos que llevaba retrasado.
Después de tanto tiempo separados y sin siquiera hablarnos, ni yo entendía por qué quería verme de manera urgente; justamente por eso no me parecía lógico que tardara tanto. De todas maneras, accedí a encontrarme con él; no quería seguir rompiendo mis promesas, ya había roto demasiadas debido a su falta de delicadeza.
Por fin llegó, con cincuenta minutos de retraso y una sonrisa enorme en el rostro. Mi expresión de ofensa no se deformó ni un poco. Me puse de pie para saludarlo y recibí un asfixiante abrazo, al cual no pude responder; mantuve los brazos al costado del cuerpo, hasta que me soltó. Lo miré muy enojada.
- Llegaste tarde – le reclamé.
- Sí, ya sé. Tuve problemas con el colectivo y casi me tomo el otro subte – era tan predecible - ¿Hace mucho que me esperás? – y, de todas las preguntas del mundo, esa era la única que no debía hacer.
- Llegué a la hora que arreglamos. Hace casi una hora que estoy acá sentada.
- Perdón, Ali...
Hubo un silencio monstruoso luego de mis reclamos y sus disculpas, el cual, como era de esperarse, tuve que romper.
- ¿Por qué estabas tan desesperado por verme?
- Te necesitaba.
- Bueno, acá estoy. Aunque... podríamos haber hablado por celu o MSN tranquilamente, no era necesario que nos viéramos - no estaba siendo cruel, simplemente era justa conmigo misma.
- Pero, necesitaba verte – se mostró avergonzado mientras pronunciaba esas palabras. Comprendí perfectamente hacia donde se dirigía la charla del día.
- Yo te necesité, Mike, y necesité verte durante mucho tiempo...
- Lo sé, y yo fui lo suficientemente egoísta en ese entonces como para no darme cuenta.
- ¡Qué bueno que por fin reconozcas alguno de tus defectos!
Me puse de pie y comencé a caminar. Había demasiada gente ahí como para que dejara salir mi bronca acumulada. Afortunadamente, él me siguió. Cruzamos un puente y nos sentamos en una zona algo desierta, detrás de los edificios que impedían la vista al río.
- ¿Qué esperás de mí? – Le pregunté, una vez que pude calmarme.
- Que me perdones...
- No soy Dios para perdonarte – sí, estaba jugando con mi sarcasmo.
- ¡Muy graciosa!
- Si lo que querés es que me olvide de todo lo que pasó y empecemos de cero... – hice una pausa para seleccionar con cuidado mis hirientes palabras, y me dispuse a completar mi dicho:
- No creo que eso sea posible, ser hostil de la noche – iba a llamarlo “estúpido vampiro”, pero ya era un exceso.
- Sé que lo más justo por tu parte sería odiarme y no volver a hablarme, pero yo te quiero y no estoy dispuesto a dejar todo así.
- Es una lástima, porque yo sí puedo dejarlo así y seguir mi vida.
- Por favor, no me trates así – me pidió con expresión de arrepentimiento. Yo no podía ceder, no porque debía ser fuerte, sino porque de verdad me había convertido en una persona muy fría.
- Estoy siendo justa, no puedo ceder ante el capricho de querer a tu mejor amiga de vuelta.
- Ali, yo te quiero.
- No, no me querés a mí, querés a la yo que ya no existe. Re-hice mi vida, ahora soy feliz y no te necesito.
Me puse de pie y me dispuse a caminar nuevamente. No pude evitar que mis ojos derramaran cristalinas lágrimas, las cuales él no llegó a ver, ya que se había quedado atrás, gritando mi nombre, parado al lado del banco donde habíamos estado discutiendo. Esperaba que no se diera cuenta de ninguna forma que yo estaba llorando (no por pena, sino por el odio que durante tanto tiempo me había carcomido el alma). Realmente no lo necesitaba, y temía que ese encuentro repentino y esa discusión me despertaran mucho cariño en él, nuevamente. No podía decir que no lo quería, pero sí afirmar que no era un tesoro para mí, como siempre lo había sido, hasta lastimarme más que nadie en todos mis años de vida.
Yo era feliz, diferente, pero feliz. Había hallado alguien muy valioso en mi miseria, quien me había ayudado a salir de ese pozo donde un vampiro “accidentalmente” me había empujado... Alguien a quien amaba, y me amaba tanto como yo a él, o más. Un ser totalmente opuesto a Michael. Y esperaba verlo pronto, o no iba a responder de mí.
Mike había comenzado a seguirme y esperaba que no pudiera alcanzarme, o iba a salir de mi misma y lastimarlo de la peor forma existente, sin sentir remordimiento alguno. Aunque, el error había sido mío, por recorrer los caminos que siempre habíamos andado juntos.
- Alice, por favor, hablemos – escuché, muy cerca. Giré y no vi a nadie a mí alrededor, todo estaba desierto de vida humana; tampoco encontré al vampiro necio del cual estaba huyendo por amor propio.
Seguí caminando. Intenté cambiar de rumbo para perderlo y volví hacia el sector del dique donde supuestamente me encontraría con mucha gente... No había nadie allí, sólo la seguridad típica del lugar, y los vehículos de la gente adinerada que ahí vivía, esos a los que poco les importa lo que suceda fuera de sus pequeñas burbujas de lujo.
¿Por qué demonios estaba sola, con un chupasangre pisándome los talones, en un sitio tan grande? No tenía cómo pedir ayuda, no sabía de lo que él sería capaz si lo intentaba; tampoco llegaría a un medio de transporte público antes de que Michael intentara detenerme y lo lograra. No podía escapar, por primera vez en mucho tiempo, tenía miedo en uno de los lugares más seguros que conocía. Y aún estaba dispuesta a dañarlo si intentaba hablarme o reconciliarse conmigo una vez más.
No sabía cómo salir de la situación y comenzaba a sentirme abrumada; ya lloraba mucho de impotencia, y no podía frenar los bonitos momentos que él y yo habíamos pasado, mientras uno a uno volvían a hacer presión en mí, después de todos esos meses. Quería correr, pero la energía no me alcanzaba.
Giré en una esquina y me encontré en una calle larguísima, casi interminable, muy oscura. Las luces de un auto, iluminaron un rincón apartado, en donde pude reconocer la figura de un hombre más alto que yo... Pero no era Michael, no se parecía ni un poco a él; de hecho, no lucía como alguien demasiado amigable, aunque era muy bello y tenía un aura algo espectral. Se fue acercando hacia mí, en un principio, sigilosamente; luego, demasiado rápido. Yo, que sabía qué clase de criatura tenía en frente, estaba inmóvil y muy asustada. Se acercó lo suficiente como para rozarme con una mano, y desapareció.
¡Vaya bromista! Pensé, mientras el pánico comenzaba a recorrerme. El ser volvió a aparecer frente a mis ojos y dejó salir una fuerte carcajada. Se acercó bruscamente a mi cuello, mientras yo sentía que enloquecía de la risa. El maldito Malkavian estaba utilizando su destreza para desquiciarme y poder beber de mí después... ¡Bonita forma de completar mi día! Con un poco de suerte, moriría; aunque, acabar como él... No, eso jamás. Por mucho que ansiara vivir para siempre, no tenía derecho alguno de herir a quien me había rescatado de un ser de la noche hacía ya un tiempo, no podía convertirme en eso que Z tanto odiaba.
Deseé morir, que la vorágine y el frenesí del lunático me quitaran hasta la última gota de sangre... Pero nunca llegó a clavar un solo colmillo en mí. En cambió, una fuerza sobrehumana me arrojó contra la entrada de un enorme edificio, caí al suelo; me golpeé la cabeza y entré en un shock extraño, mis ojos se cerraron y perdí el conocimiento durante unos segundos. En mi estado ausente, pude ver cómo los dos vampiros (Mike y el que había intentado matarme; el Toreador y el Malkavian) se lanzaban maldiciones. Finalmente, el lunático se fue, bufando y con ganas de matar a quien me había rescatado de sus garras.
Me quedé tirada en el suelo, sólo podía mover los brazos, el resto de mi cuerpo se encontraba estático y todos mis huesos dolían por los golpes que me había dado al chocar contra las columnas y caer bruscamente al suelo. Aún estaba viva y no había recibido el veneno del vampiro en mi sangre... ¡Genial! Ahora no sólo recuerdos me unían a mi ex - mejor amigo, también le debía mi vida. Las cosas no me salían bien y era un día nada típico para mí; a ese ritmo, sólo faltaba que lloviera.
Mis músculos comenzaron a despertarse poco a poco. Mi visión se normalizó del todo, y vi a Michael, arrodillado a un par de metros de donde mi cuerpo se encontraba. Decidí romper el silencio, para mostrarle que estaba del todo viva y que no había sufrido daño cerebral ni nada por el estilo.
- ¿Debería agradecerte por haberme rescatado del lunático, o insultarte por intentar matarme?
- ¿Cómo supiste que era un Malk...? – No terminó con su pregunta. Por supuesto que recordaba lo mucho que me interesaba el vampirismo, y ese clan en particular.
- En fin, ¿qué hacés ahí, apartado de todo? Podrías acercarte y ayudarme, mínimamente – le reclamé. No tenía intenciones en sentarme o ponerme de pie sola, para volver a caer o marearme.
- Respiro – me respondió.
Solté una risita burlona. Era un muy mal chiste, él no necesitaba aire puro en los pulmones, como yo.
- No seas ingenua. Es tu sangre la que me mantiene a esta distancia.
Permanecí en silencio y alcé un brazo. Estaba lastimado y el líquido brotaba de a poco.
- ¿Tan desagradable es mi esencia? – Le pregunté, con mucho sarcasmo.
- No precisamente. Al contrario – su respuesta era algo que ya tenía entendido.
- Wow! Ahora me siento segura. Hubieras dejado al otro hacer todo el trabajo. Ya no me interesa que me mates.
- ¡No te voy a comer, Ali! Y el Malkavian tampoco tenía intenciones de hacerlo... Él pretendía abrazarte.
Si lo que había discutido con el otro era cierto, ese vampiro quería convertirme en una más de su clan.
- Algunas cosas nunca cambian – le reproché.
- Te dije que no iba a dejar que ninguno de los de mi especie intentara esa clase de estupideces con vos... Y menos por venganza hacia tu novio, el cazador de vampiros – agachó la cabeza.
- Ojalá y cumplieras todas tus promesas como lo hiciste con esa... – pausé mi ataque; algo de lo que dijo había capturado mi atención - ¿Qué tiene que ver Z en todo esto? – Le pregunté, a la defensiva y por fin sentándome para observarlo mejor.
- ¿Un cazador? Ali, ¿qué hacés con una persona así?
Había un dejo de dolor en sus palabras. Claro que no le agradaba la idea de que el amor de mi alma y la luz de mis ojos fuera un enemigo para él.
- ¿Acaso yo controlo tus relaciones, Michael?
- Ese ser nos odia, nos da caza y sin recibir un castigo, porque supuestamente limpia la Tierra de “asesinos chupasangre”; pero él es tan criminal como nosotros.
- ¿Y qué con eso? – le pregunté sin prestarle mucha atención. Ya no me interesaba oírlo hablar.
- ¿Dónde quedó tu admiración por los seres de la noche? ¿Y todo el cariño que me tenías? – El dolor se hacía presente cada vez más en sus palabras; pero no había derecho a que fuera la víctima.
- Él me ama, yo lo amo. Me rescató de la depresión en la que me sumieron tus mentiras y las falsas ilusiones que creaste en mí. Dejame en paz, el cariño que te tenía, murió el día que me heriste y me sacaste el corazón.
Intenté ponerme de pie, sostenida de una columna; pero no pude, aún estaba demasiado mareada.
No entendía por qué motivo él seguía ahí, si lo había lastimado lo suficiente como para que no me buscara en tres vidas. Opté por ignorarlo... Pero, él siempre tenía algo para decir o hacer.
- ¿Y si yo te convierto en una de los míos? – Si intentaba seducirme con la idea de ser un Toreador, perdía su tiempo – Sabés que podría – me aseguró, poniéndose de pie.
- No podés. Necesitás permiso para eso.
- ¿Qué te hace suponer que no lo tengo desde hace mucho tiempo?
- Serías incapaz de hacerlo – lo desafié – Además, no quiero ser un vampiro, gracias.
- ¿De verdad?
Se acercó a mí, me sostuvo, tomó mi brazo herido y dejó ver sus ponzoñosos dientes. Quizá me había excedido y ahora pagaría por eso.
- ¡Ni lo sueñes, no quiero ser como vos!! – Chillé.
En ese momento, un silencio sepulcral nos invadió y pude oír pasos muy cerca de ambos.
- ¡Soltala! – Ordenó una voz, su voz.
Él, quien me había sacado de mi miseria, estaba ahí, listo para rescatarme nuevamente.
- Dejame ir, Mike, por favor.
- Soltala, maldito chupasangre.
- Bueno, pero si es la persona que le lavó el cerebro a Alice en estos últimos meses... ¿Qué vas a hacer si no la dejo ir, matarme? ¿Acaso serías capaz de lastimar a la persona que amás quitándole a un ser querido, cazador?
Z no era poco inteligente y no iba a ceder.
- Tus juegos y manipulaciones no funcionan conmigo, rata. Conozco a los de tu calaña. Ahora, te lo repito por última vez, ¡SOLTALA! – Le ordenó, ya demasiado enojado. Hizo un rápido movimiento y sacó a relucir su revólver, el único objeto con el poder de destruir a un vampiro.
Michael me dejó en libertad y volví a caer al suelo, aún no tenía la suficiente fuerza como para tenerme en pie. Pude ver la duda en los defensores y enfadados ojos de Z, noté que no sabía si bajar la guardia para ayudarme o mantener su postura frente al vampiro, para evitar que este lo matara o volviera a tocarme.
- Estoy bien – lo tranquilicé – no te preocupes por mí ahora.
- ¿Te hizo algo?
- No, no me mordió.
- Bien.
Aún tenía el arma, apuntando hacia la cabeza del Toreador. Yo me preguntaba si de verdad lo mataría; si de verdad le pesaba lo que me había hecho hacía un tiempo y su intento de convertirme en un ser de la oscuridad, entonces Mike acabaría baleado.
- Ali... – Michael se dirigió a mí, una última vez.
- ¿Sí?
- Perdoname por todo lo que te hice. Nunca quise que las cosas se dieran así.
Me puse de pie, con intenciones de darle un abrazo. Me acerqué a él y lo abracé por última vez. Volví a los brazos de Z.
- ¿Vas a hacerlo? Es tu perdón lo único que me dejaría en paz – me aseguró mi amigo.
- Está bien, te perdono – le dije.
Le regalé una sonrisa a Michael, mientras las lágrimas inundaban mi rostro... Y Z, apretó el gatillo.

jueves, 30 de julio de 2009

El día que tuve a Matt Good cara a cara y me despertaron del sueño más hermoso de mi vida...


Un día Martes de estas vacaciones, por la tarde, yo fui a visitar a mis abuelos que viven justo entre Villa Devoto y Villa del Parque (les comento dónde para que se ubiquen geográficamente los que conocen el barrio), porque tenía ganas de pasar una semana en su casa.
Ese mismo día, antes de comer, mi abuela me había mandado a comprar al kiosco que estaba cerca (a una cuadra, casi legando a Av. Beiró). La cuestión es que ese negocio lo habían comprado unos Yankees que se habían mudado desde L.A. hacía unos días y mi abu me había dicho de ir a mí, para probar mi Inglés (sabiendo que DETESTO hacer mandados, por más mínimo que sea el favor).
Llegué al lugar, toqué el timbre y me atendió Travis Richter; obvio que mi cara era un WTF?! más grande que la vida misma. Compré mis chicles, los puchos de mi abuela y los míos; y, en ese momento, salió Matt Good de adentro de la propiedad... Yo lo miré con una expresión de asombro genial en el rostro (pero bastante disimulado el gesto, ya que no tenía ganas de espantarlo), él me vio y preguntó algo así como
You're gorgeous... Are all the Argentinian girls as pretty as you?
Yo, ruborizada (bueno, hecha un fuego ya), giré la cabeza, le pagué a Travis, agarré mis cosas y me dispuse a volver al depto de mis abuelos. Pero, cuando quise salir, Matt me habló una vez más:
- Do you speak English, pretty girl? - me preguntó, mientras yo no podía creer que semejante bombón me dijera esas cosas a mí (está bien, soy vanidosa, pero que venga Matt Good y me diga "yo creo que sos linda, guacha", es algo muy poco probable... Improbable, diría yo).
- Y-ye-yes... That's why my grandma sent me here.
- Oh, cool. Then you will answer my first question.
- Thanks for the compliment. There are more beautiful girls out there - le respondí un poco corta mambo porque supuse que me estaba chamullando (y a esta altura mi cabecita ya no se la cree más). E ese momento, el chico me frenó y me pidió si podía acompañarlo hasta la 5ta. Avenida, a comprar lentes.
Le rogué prácticamente que me esperara un rato largo, para poder almorzar con mi familia. Corrí de vuelta a la casa de mis abuelos, almorcé y volví a buscar a Matthew.
Estaba sentado en el cordón de la vereda, esperándome, con una peluca y unos lentes de sol. Se levantó cuando llegué y fuimos a tomar el 146. Nos la pasamos todo el viaje en colectivo hablando de por qué estaba en Argentina con toda la banda (claramente me asumí fan de FFTL delante de él), de lo mucho que le había gustado mudarse lejos de L.A. y volar a una tierra donde era un tanto "desconocidos" (debo decir que NI TAN DESCONOCIDOS). De todas maneras, antes de bajar, le pedí que se pusiera el "disfraz" una vez más, ya que la Bond y 5ta. Avenida eran zonas de potencial peligro para su estabilidad física.
Caminamos hasta la galería, se compró sus lentes, fuimos a Starbucks, paseamos por ahí... En fin, compartimos una bonita tarde; hasta que comenzó a oscurecer y volvimos para casa, así mi abuela no se ponía neurótica con su sobre-preocupación. Nos despedimos con un abrazo, en la puerta (sí, como todo un caballero, me había dejado segura en casa).
Pasé todo el día siguiente yendo de la casa de mi abuela a hacer todas las compras, con las esperanza de encontrarlo por ahí... Pero no lo vi en ningún momento. Sí, esa madrugada me dormí pensando que estaba loca, lo había soñado todo, o ambas. Hasta que, al otro día, me sorprendió al encontrarlo parado en la esquina, cuando yo salía a comprar pan.
Se acercó a saludarme con una sonrisa.
- I was waiting for you - me dijo; y las hiperventilaciones de Bella por Edward, eran nada comparadas conmigo en ese momento.
Caminamos, anduvimos de compras todo el día, hasta que llegó la hora de despedirnos, una vez más (algo que no me agradaba, ya que él me hacía sentir muy bien)... Y él me saludó con un beso en la boca (Matt no era tonto).
Obviamente, yo volví a dormir con una sonrisa más grande que mi cara y no pude pegar un ojo pensando en ese día.
Toda esa semana transcurrió hermosamente, con Matt y yo idiotamente tontos, caminando de la mano y a los besos por Recoleta y Puerto Madero (los mejores lugares del mundo)... Y, llegó ese día, el día que yo iba a tener que volver a MI casa y ya no iba a poder verlo todo el tiempo (casi nunca de hecho).
Me levanté de la cama, fui al kiosco a comprar y a buscarlo. Él mismo fue quien atendió. Al ver mi cara de tristeza (infaltable el momento emo), supuso que era por mi partida de esa misma noche. Salió, me abrazó y, ahí mismo, me pidió ser su novia.
Le contesté un yes súper emotivo, me besó...

...Y mi gato me clavó las uñas en la espalda, cuando mi señora madre se metió en mi cuarto a buscar una cosa equis.Ambos terminaron con el mejor sueño de mi vida, y yo me desperté de pésimo humor y gritando NO, NO, NOOOOOOOO a los cuatro vientos (sí, casi mato a mamá y al gatito).

miércoles, 8 de julio de 2009

La Mansión.

Solitario... Así se sentía el joven Leonard aquella noche estrellada del mes de Abril. Estaba un poco aburrido (algo que no era nada nuevo para él) y necesitaba salir de su triste habitación.
El parque de la Mansión Lee no estaba lejos, y no era una mala opción para para pasar la noche. Además, si iba hasta allí, seguramente la encontraría a ella, la única que podría arrancarle esa sensación de vacío: Lady Esther. Quizá, esa chica, podría llegar a robarle una sonrisa sin siquiera proponérselo.
Se apuró a llegar hasta la vieja casa para poder verla. Las rejas de hierro sólido, con el candado que habían construido sus antiguos dueños para que nadie pudiera entrar, ahora se abrían de un simple impulso. Esas hermosas decoraciones grabadas en oro, que años atrás había sabido deslumbrar a quienes las enfrentaban, ya no eran más que raros dibujos en barras de hierro barato.
Abrió la puerta enrejada, prestó un poco de atención y la vio... La señorita se encontraba sentada en el precioso jardín de la casona, jugando con las flores y mirando de tanto en tanto las estrellas. Él la observó en silencio y sin llamar su atención, durante un largo rato. Lo gratificaba verla tan inocentemente alegre, intentando escapar de esa mujer en la cual estaba convirtiéndose; era como una muñeca, hasta vestía como una, y él se sentía muy poca cosa en su camiseta y sus vaqueros.
Tomó el suficiente coraje y se acercó a ella; pero justo cuando estaba por saludarla, la chica levantó su vista para dirigirla hacia él, le entregó una cálida sonrisa y saltó a sus brazos.
- ¡Sabía que eras vos! – exclamó ella, contenta. - Mi intuición nunca falla, sabía que te vería.
El chico no reaccionaba ante semejante demostración de afecto; no por su falta de calidez, si no por la forma mediante la cual ella se había aferrado a él (no sólo con ese asfixiante abrazo, toda ella lo atrapaba de manera bestial).
Esther lo soltó de a poco, temía que su exaltación lo hubiese molestado.
- ¿Hice algo mal? – le preguntó un poco apenada por su falta de respuesta.
El chico negó con la cabeza. Tenía ganas de decirle lo tonto que era por no poder aprovecharla, pero era un poco cobarde como para hacerlo.
- ¿Entonces? – ella agachó la cabeza y su vista se clavó en el vestido rosa pastel decorado con pequeñas y delicadas flores rojas. Tenía ganas de llorar, estaba segura que se equivocaba si esperaba algo más de ese cara dura.
Él estaba a punto de consolarla, cuando sus ojos se fijaron directamente en la Mansión, esa que había visitado algunas veces. Leonard sentía que la conocía muy bien, o que había vivido allí alguna vez. Lo aterraba la imagen imponente de ese caserón lleno de maleza y plantas con flores marchitas. No comprendía el por qué del contraste entre el jardín que parecía un paraíso y la casa tan oscura y sombría.
Ese horrible lugar estaba perturbándolo cada vez más y no sabía cómo ni por qué, pero presentía que la conocía de punta a punta.
Esther vio esa confusión y el miedo en los ojos de él. Intentó sacarlo de ahí para distraerlo.
- Vamos.
Él no hablaba, simplemente miraba la gran construcción.
- Vámonos, Leonard.
Ella también se sentía incómoda en ese lugar. Ya no era tan calmo como cuando estaba sentada a la luz de la luna y con las flores alegrando su noche.
- Por favor, vamos – le pidió casi en una súplica y lo agarró de una mano.
Él hizo caso omiso a los pedidos de la chica, se soltó de su mano y echó a correr hasta perderse en el bosque que lindaba con los fondos de la vieja mansión. No iba a tener problema alguno para llegar al otro lado, ya que lo conocía a la perfección.
Esther se quedó estática en su lugar, observando la mansión. Inconscientemente, la culpaba por haberle quitado el único momento de felicidad al lado de la persona que amaba en secreto, quien ella era capaz de querer así, aunque él no sintiera eso y no le entregara mucho a cambio de su cariño incondicional. Repentinamente, sintió unas incontenibles ganas de ir detrás de él... Y lo hizo, a pesar de nunca haber pisado un bosque en su vida.

Leonard atravesó el bosque y llegó hasta el final, donde había una hermosa playa. El chico caminaba por la arena y observaba el agua cristalina; pero no pensaba en Esther, no se imaginaba a su lado como ella lo hacía todo el tiempo (más esa noche, mientras atravesaba el extenso bosque). Él pensaba en la casa, en esa casa que solía ser de sus abuelos; esa mansión que se había prendido fuego cuando él tenía tan sólo unos meses, por lo cual no podía recordar nada, ni a sus abuelos ni los días felices, sólo que había vivido allí.
Intentó encontrar respuestas a tal confusión, pero sólo pudo hallar un hermoso árbol de flores rosáceas en su camino. La luna daba un tono tan dorado como lastimoso a las flores y Leonard estaba hipnotizado por la belleza de ellas y la paz que le transmitían las flores y el agua de mar.
Su tranquilidad fue interrumpida por un sonido que provenía del bosque por el cual había pasado hacía unos instantes. Sorpresivamente, Esther salió de atrás de un arbusto y comenzó a correr en dirección a la costa. Se detuvo al verlos al chico y al árbol en un punto un tanto lejano de allí, y caminó en dirección a ellos.
Cuando los alcanzó, se quedó embobada mirando las flores. Después de un rato, habló.
- Siempre me gustaron, desde que era pequeña.
Él no dijo nada.
- Solía danzar junto con el viento, debajo de los árboles, mientras caían...- continuó ella con su relato y Leonard giró para darle la espalda. Ella se dio cuenta de que había llegado en un mal momento. De todas maneras, no lo dejaría ahí.
- Creo que deberíamos irnos, Leo.
Aún la ignoraba. Algunas lágrimas comenzaban a escapar de los ojos de la chica, quien se sentía un estorbo.
- Le-onard... Por favor...
La indiferencia de él, no desaparecía. Esther no aguató más la impotencia y las ganas de gritar.
- ¡TE ESTOY HABLANDO, LEONARD!! – le reprochó en un chillido y ya sin poder contener su pena.
El chico se sorprendió un poco por eso, pero aún así no mejoró su actitud al voltear para poder verla a los ojos. Los de Esther estaban hinchados y tan húmedos como el mar. La niña no dudó en hacer lo que tenía ganas y quería en ese momento. Le entregó una sonrisa, se arrojó en sus brazos y lo tomó del rostro de manera violenta, hasta que pudo conseguir (a la fuerza) un beso de sus labios.
Fuera de lo que ella esperaba y lejos de cumplir su cuento de hadas, Leonard la alejó de él con un brusco empujón.
- ¡Esther! ¡¿A caso perdiste la cabeza?!
Estaba sorprendido.
Ella vio la ira en los ojos de ese ser que tanto quería e intentó escapar antes de que él pudiera decirle algo mucho más hiriente. Por el contrario, él la tomó de un brazo y no la dejó huir.
- ¿Hay algo que te falte gritarme en la cara? – le preguntó ella con la voz quebrada. Volteó cabizbaja y él no dudó ni un segundo en hacer lo que también quería: besarla.
Esther, sus labios y su inocencia, lo habían capturado de manera tal, que ya no recordaba ni la Mansión ni ninguno de sus problemas.
Y un beso se consumía, mientras las flores danzaban al son del viento.

viernes, 26 de junio de 2009

INFIERNO TERRENAL.


Un cuarto oscuro. Eso era suficiente.
Encerrarla entre cuatro paredes alcanzaba para obligarla a perderse a si misma. Ni una ventana para dejar entrar el reflejo de la luna; en ese lugar no había nada que pudiera ayudarla a colocar todas sus partes juntas, para no desesperar. No había forma de que pudiera mantenerse estable por más de quince minutos, y eso ella lo sabía mejor que nadie.
Un minuto había pasado y ya sentía un nudo en el estómago; pero no podía reaccionar ante eso, una parte de ella la frenaba, la hacía permanecer inmóvil sobre la cama, sentada en el rincón más alejado de la puerta. Si tan sólo hubiese tenido la fuerza suficiente como para ponerse de pie y abrirla de par en par, salir de su cárcel y correr a pedir auxilio... Pero no, no tenía la energía suficiente; y si hacía un mínimo esfuerzo por enfrentarse a si misma, no podría aguantar ni hasta un tercio de su límite.
Cinco minutos desde la última vez que había percibido un hilo de luz. Empezaba a tener miedo, mucho más miedo que el que jamás había tenido. No sabía a qué le temía exactamente; jamás había creído en fantasmas, espíritus y cosas así, pero estaba más asustada que nunca, y no sabía por qué. Ni siquiera tenía miedo a no salir de ahí, ya que intuía que alguna vez lo haría. Pero estaba aterrada y se sentía aturdida.
Las lágrimas la inundaron luego de casi ocho minutos de confinamiento. Se encontraba en un conflicto interno, uno de esos que siempre la sorprendían en los peores momentos. Sus tres lados se enfrentaban a muerte sobre el futuro de ella.
Su parte mártir quería morir para terminar de sufrir todo ese miedo; quizá sería la salida más fácil, pero también la más dolorosa.
Su yo neutral, la ayudaría a luchar para abandonar ese cubículo y así poder ser feliz a la luz, lejos de la oscuridad que tanto la desquiciaba.
En cambio, su lado egoísta, no iba a mover un dedo para dejar ese lugar; simplemente esperaría a que la sacaran de allí.
Su pelea interna comenzaba a agotarla y sus cansados ojos se cerraban lentamente, al cabo de doce minutos de encierro. No podía dejar que eso pasara. Las lágrimas no cesaban y eso quizá era lo único que la mantenía despierta, porque el esfuerzo por hallar una luz cercana, le cansaba demasiado la vista.
Debería haber tomado esas tijeras, las que estaban arriba de la heladera. Al menos, un corte en su muñeca teñiría el cuarto de rojo sangre y el miedo no la ahogaría tanto... No, no hubiese servido de nada; aún así no habría luz y la maldita oscuridad seguiría allí.
Ya no podía más. La soledad y el vacío la consumían; una sensación de asfixia la recorría, debía abandonar ese sitio a toda costa. Empezó a gritar, a pedir ayuda; rogaba que alguien la socorriera, que la ayudaran a dejar esa prisión, necesitaba escapar, huir a un lugar mejor; tenía que irse lejos de allí, hacia un lugar lleno de luz. No tenía casi nada de aire en los pulmones, pero el poco que le quedaba, lo invertía en encontrar una salida; y sabía que alguien oiría sus lamentos.
Al cabo de unos segundos, comenzó a notar que se equivocaba, que nadie la escuchaba, que ninguna persona en este mundo podría sacarla de ese lugar tan suyo... Y abandonó los intentos de salvarse.


Simplemente lloró, hasta que su agotamiento la venció por completo y pudo, finalmente, quedarse dormida.

domingo, 21 de junio de 2009

Último Deseo.

La noche estaba por atraparlos. El crepúsculo ya daba sus últimos suspiros y los dejaba para dar paso a la total oscuridad.
Las calles estaban desiertas y eso era poco común de verse en pleno centro de la Ciudad pasadas las 6 PM. Pero, así era el otoño con la vida nocturna, inclusive para los citadinos resultaba innecesario salir una tarde de Junio.
Finalmente, ella y él estaban solos; ella había esperado mucho por ese momento, hacían semanas que no se veían y más tiempo aún desde el último rato a solas que habían pasado (bastante breve por cierto). La lengua le quemaba de tantas cosas que tenía ganas de decirle y preguntarle; aún así, la conformaba caminar a su lado con cierta distancia, en silencio y con la mente perdida en situaciones que cobraban forma imaginariamente. No lo miraba, no le decía una palabra, y eso seguramente le generaba un millón de interrogantes a él también; nada lo ponía tan ansioso como los silencios de su mejor amiga, una señorita de pelo castaño, con vestido y zapatos negros.
Ella era débil, humana y cálida; quizá demasiado más cariñosa con él de lo que ese frío y distante ser merecía. Tal vez esa misma calidez era eso que lo ponía tan ansioso cada vez que se veían; posiblemente ese era el factor que lo había convertido en algo mucho más humano que el ser hostil de la noche en el cual se había convertido hacía un tiempo. Pero aún así no la merecía, él no tenía derecho alguno a haberse apropiado de tan hermosas demostraciones de afecto que ella le entregaba.
Aunque frágil e inofensiva, no dejaba atrás sus malos actos, no paraba de poner a prueba la resistencia de ese ser peligroso al que tanto quería... y había elegido ese mismo momento, en esa precisa calle oscura, para volver a hacerlo. En lugar de pedirle explicaciones o confesarle algunos pensamientos, lo provocaría una vez más...
Se detuvo repentinamente y él, a su lado, hizo lo mismo. Ella giró para verlo a los ojos, lo tomó de una mano y le pidió algo:
- Mordeme – le dijo en tono un tanto suplicante.
Su amigo la miró para responderle un concreto y rotundo no.
Como una niña pequeña, la chica cruzó los brazos y volvió a pronunciar lo mismo; sólo que se había encaprichado demasiado como para que la palabra no saliera de su boca a modo de orden.
- ¡Mordeme! – exclamó, y él volvió a negarse.
Tras una larga discusión, él se cansó de repetir lo mismo y decidió darle una pequeña explicación, la cual no la conformó.
- No tenés la más mínima idea lo que es vivir en la noche y ser miserable, estar maldito para toda la eternidad. Además, seguramente serías Malkavian, vos y yo sabemos que es así; y por más divertida que te resulte semejante locura, no voy a hacerle eso a mi mejor amiga. ¡NO!
La chica de piel blanca y cachetes rosados estaba perdiendo, y eso no iba a aceptarlo bajo ningún punto de vista. No había hombre que pudiera con ella.
Después de pensar cómo salir victoriosa, una idea un tanto loca se cruzó por su mente. Lo tomó de ambos brazos, lo arrinconó contra un paredón, con los brazos de ambos elevados y la espalda de su amigo contra la pared de ladrillos. El elegante Toreador sonrió, saboreando otra victoria. Si ella planeaba utilizar la fuerza bruta a su favor, no ganaría ni en un millón de años. Se equivocaba, por primera vez en mucho tiempo.
La chica se puso en puntas de pie, acercó su rostro al de su amigo y lo besó en la mejilla izquierda; lentamente, deslizó sus labios hasta que hicieron click con los del chico de traje, para besarlo profundamente en la boca. Luego, esperó. Era cuestión de tiempo para que esa pequeña provocación lo obligara a responderle de la misma forma o peor (para él, porque para ella sería una victoria). En él, comenzaba a gestarse algo que no había percibido antes y no sabía qué era.
La ingenua humana se inquietó demasiado al ver que él no quitaba su cara de póker, y decidió avanzar un paso. Besó bruscamente el cuello y lo mordió. Los pensamientos del chico mostraban un deseo incontenible de ser humano para poder besarla y abrazarla; pero no podía hacer algo tan riesgoso como acercarse a su cuello, no bajo ese estado en el cual sus deseos (y no su mente) lo dominaban; no tan fuera de control como en ese momento. Cerró los ojos, era increíble hasta qué punto su parte humana se fundía con la bestia.
Pasaron unos segundos, y él pudo recuperar un porcentaje de cordura. Abrió los ojos y ella también portaba una cara que no presentaba expresión alguna. Por última vez, le preguntó si concedería su deseo; ante la negativa de su ahora perturbado mejor amigo, opto por dar el golpe final (e infalible).
Sonrió, saco una tijera de su cartera e hizo un punto con el filo en la yema de su dedo índice, del cual comenzó a brotar bastante sangre. Los ojos de él se desorbitaron al ver y oler el líquido espeso; no podría luchar contra la bestia que golpeaba y se desesperaba por salir de su pecho. Ella había ido demasiado lejos con tal de conseguir lo que quería y lo iba a pagar muy caro si no se alejaba rápidamente...
No, ya era demasiado tarde; ni el cariño que él le tenía a ella, ni el auto-control inviolable, ni el talismán salvarían a la tierna criatura del sediento animal.
Los ojos del vampiro se tornaron rojo sangre y ella se asustó mucho. En un último intento por salvarla de si mismo, la tomó de una muñeca para alejarla lo más posible de un fuerte impulso. Comenzó a caminar en sentido contrario a ella, hasta perderla de vista y dejar de sentir el olor que tanto lo desesperaba. Se sentó en la puerta de un estacionamiento oscuro que encontró abierto a unas cuadras de donde había dejado a la chica, quien ahora no era más que una niña asustada, gritando de dolor, en una calle sin el más mínimo halo de luz.
Intentó tomar fuerzas y llenarse de suficiente aire puro. Se quedaría allí toda la noche de ser necesario, con tal de mantenerla a salvo de su monstruo interior, aunque ella se enojara después; sería incapaz de volver a ponerla en peligro.
En ese momento, una luz le llegó del exterior y, al mirar hacia arriba, vio como un relámpago iluminaba el cielo. Llovería, por suerte se encontraba bajo techo, lo último que deseaba era empaparse.
Y ella… ¡NO!!!!!!!!
Vio el terrible miedo a la oscuridad que sentía su amiga; ese relámpago le había recordado hasta qué punto la inmovilizaba la ausencia de luz estando sola, y se dio cuenta del terrible error que había cometido.
No recordaba dónde la había dejado, no conocía bien el centro y temía no poder hallarla. Trató de hacer memoria hasta que encontró el camino que lo llevaría de vuelta hasta su más preciado tesoro. Ya quería pedirle perdón por no haber sido lo suficientemente fuerte, por haberla desafiado y subestimado...
Y, ¿si ella lo odiaba? ¿Si su rencor por haberla dejado a merced de su miedo más grande era demasiado?
Tal vez eso era lo que merecía, perderla, que ella lo detestara por ser tan débil y tan tonto.
Las pocas gotas que habían empezado a caer, se convirtieron en una cortina de agua que castigaba las calles de la ciudad con mucha fuerza. ¡Qué estúpido! Llovía a cántaros y ella estaba ahí afuera, sola. Él era el culpable. Si algo llegaba a sucederle a la tierna chica que él tanto quería, no podría perdonarse jamás.
Por fin cruzó la esquina de esa cuadra donde la había dejado gritando, seguramente por el dolor que le había causado el golpe, luego del empujón. Ya no se oían los gritos, en su lugar había quejidos que se escurrían entre la lluvia y su hermoso sonido.
Al llegar a ella, la vio debajo de un techo, agazapada y con la mirada perdida en el cielo, emitiendo algunos sonidos extraños que él había escuchado alguna vez (si bien no recordaba dónde ni cuándo). Se desmayó de repente y él se arrojó sobre ella para socorrerla. Temía lo peor. La tomó entre sus brazos; al hacerlo, la sintió más fría que de costumbre y notó que no tenía pulso...
La había perdido, se había ido y todo era su culpa; la había dejado a merced del dolor y de la soledad. Ya nada tenía sentido si ella no estaba más a su lado.
La recostó sobre la vereda. La lluvia se había convertido en garúa. Por primera vez en su nueva vida, él sentía un dolor irreversible.
Pero, ¡no todo estaba perdido! Ella abrió los ojos y lo miró. Le sonrió.
- Gracias – le dijo en un susurro. – Sabía que tarde o temprano lo harías. Ahora no vas a perderme nunca.
El rostro del vampiro se transformó del terror. La examinó cuidadosamente con la vista, intentando no alterarla, hasta localizar lo que estaba buscando: la marca de una mordedura, a la altura de su muñeca izquierda. Las imágenes fueron cobrando vida una a una en la cabeza del Toreador; desde la primer gota de líquido carmesí que ella misma se había quitado, hasta como ese impulso con el que la había arrojado contra el paredón había impedido que la matara al beber de ella...
Había ahora, allí, una mujer. Ella era una criatura nocturna, de piel fría y blanca como la nieve.
Se había ido, la niña tierna y cálida había desaparecido. Y la mejor parte de él se había esfumado con ella.