Solitario... Así se sentía el joven Leonard aquella noche estrellada del mes de Abril. Estaba un poco aburrido (algo que no era nada nuevo para él) y necesitaba salir de su triste habitación.
El parque de la Mansión Lee no estaba lejos, y no era una mala opción para para pasar la noche. Además, si iba hasta allí, seguramente la encontraría a ella, la única que podría arrancarle esa sensación de vacío: Lady Esther. Quizá, esa chica, podría llegar a robarle una sonrisa sin siquiera proponérselo.
Se apuró a llegar hasta la vieja casa para poder verla. Las rejas de hierro sólido, con el candado que habían construido sus antiguos dueños para que nadie pudiera entrar, ahora se abrían de un simple impulso. Esas hermosas decoraciones grabadas en oro, que años atrás había sabido deslumbrar a quienes las enfrentaban, ya no eran más que raros dibujos en barras de hierro barato.
Abrió la puerta enrejada, prestó un poco de atención y la vio... La señorita se encontraba sentada en el precioso jardín de la casona, jugando con las flores y mirando de tanto en tanto las estrellas. Él la observó en silencio y sin llamar su atención, durante un largo rato. Lo gratificaba verla tan inocentemente alegre, intentando escapar de esa mujer en la cual estaba convirtiéndose; era como una muñeca, hasta vestía como una, y él se sentía muy poca cosa en su camiseta y sus vaqueros.
Tomó el suficiente coraje y se acercó a ella; pero justo cuando estaba por saludarla, la chica levantó su vista para dirigirla hacia él, le entregó una cálida sonrisa y saltó a sus brazos.
- ¡Sabía que eras vos! – exclamó ella, contenta. - Mi intuición nunca falla, sabía que te vería.
El chico no reaccionaba ante semejante demostración de afecto; no por su falta de calidez, si no por la forma mediante la cual ella se había aferrado a él (no sólo con ese asfixiante abrazo, toda ella lo atrapaba de manera bestial).
Esther lo soltó de a poco, temía que su exaltación lo hubiese molestado.
- ¿Hice algo mal? – le preguntó un poco apenada por su falta de respuesta.
El chico negó con la cabeza. Tenía ganas de decirle lo tonto que era por no poder aprovecharla, pero era un poco cobarde como para hacerlo.
- ¿Entonces? – ella agachó la cabeza y su vista se clavó en el vestido rosa pastel decorado con pequeñas y delicadas flores rojas. Tenía ganas de llorar, estaba segura que se equivocaba si esperaba algo más de ese cara dura.
Él estaba a punto de consolarla, cuando sus ojos se fijaron directamente en la Mansión, esa que había visitado algunas veces. Leonard sentía que la conocía muy bien, o que había vivido allí alguna vez. Lo aterraba la imagen imponente de ese caserón lleno de maleza y plantas con flores marchitas. No comprendía el por qué del contraste entre el jardín que parecía un paraíso y la casa tan oscura y sombría.
Ese horrible lugar estaba perturbándolo cada vez más y no sabía cómo ni por qué, pero presentía que la conocía de punta a punta.
Esther vio esa confusión y el miedo en los ojos de él. Intentó sacarlo de ahí para distraerlo.
- Vamos.
Él no hablaba, simplemente miraba la gran construcción.
- Vámonos, Leonard.
Ella también se sentía incómoda en ese lugar. Ya no era tan calmo como cuando estaba sentada a la luz de la luna y con las flores alegrando su noche.
- Por favor, vamos – le pidió casi en una súplica y lo agarró de una mano.
Él hizo caso omiso a los pedidos de la chica, se soltó de su mano y echó a correr hasta perderse en el bosque que lindaba con los fondos de la vieja mansión. No iba a tener problema alguno para llegar al otro lado, ya que lo conocía a la perfección.
Esther se quedó estática en su lugar, observando la mansión. Inconscientemente, la culpaba por haberle quitado el único momento de felicidad al lado de la persona que amaba en secreto, quien ella era capaz de querer así, aunque él no sintiera eso y no le entregara mucho a cambio de su cariño incondicional. Repentinamente, sintió unas incontenibles ganas de ir detrás de él... Y lo hizo, a pesar de nunca haber pisado un bosque en su vida.
Leonard atravesó el bosque y llegó hasta el final, donde había una hermosa playa. El chico caminaba por la arena y observaba el agua cristalina; pero no pensaba en Esther, no se imaginaba a su lado como ella lo hacía todo el tiempo (más esa noche, mientras atravesaba el extenso bosque). Él pensaba en la casa, en esa casa que solía ser de sus abuelos; esa mansión que se había prendido fuego cuando él tenía tan sólo unos meses, por lo cual no podía recordar nada, ni a sus abuelos ni los días felices, sólo que había vivido allí.
Intentó encontrar respuestas a tal confusión, pero sólo pudo hallar un hermoso árbol de flores rosáceas en su camino. La luna daba un tono tan dorado como lastimoso a las flores y Leonard estaba hipnotizado por la belleza de ellas y la paz que le transmitían las flores y el agua de mar.
Su tranquilidad fue interrumpida por un sonido que provenía del bosque por el cual había pasado hacía unos instantes. Sorpresivamente, Esther salió de atrás de un arbusto y comenzó a correr en dirección a la costa. Se detuvo al verlos al chico y al árbol en un punto un tanto lejano de allí, y caminó en dirección a ellos.
Cuando los alcanzó, se quedó embobada mirando las flores. Después de un rato, habló.
- Siempre me gustaron, desde que era pequeña.
Él no dijo nada.
- Solía danzar junto con el viento, debajo de los árboles, mientras caían...- continuó ella con su relato y Leonard giró para darle la espalda. Ella se dio cuenta de que había llegado en un mal momento. De todas maneras, no lo dejaría ahí.
- Creo que deberíamos irnos, Leo.
Aún la ignoraba. Algunas lágrimas comenzaban a escapar de los ojos de la chica, quien se sentía un estorbo.
- Le-onard... Por favor...
La indiferencia de él, no desaparecía. Esther no aguató más la impotencia y las ganas de gritar.
- ¡TE ESTOY HABLANDO, LEONARD!! – le reprochó en un chillido y ya sin poder contener su pena.
El chico se sorprendió un poco por eso, pero aún así no mejoró su actitud al voltear para poder verla a los ojos. Los de Esther estaban hinchados y tan húmedos como el mar. La niña no dudó en hacer lo que tenía ganas y quería en ese momento. Le entregó una sonrisa, se arrojó en sus brazos y lo tomó del rostro de manera violenta, hasta que pudo conseguir (a la fuerza) un beso de sus labios.
Fuera de lo que ella esperaba y lejos de cumplir su cuento de hadas, Leonard la alejó de él con un brusco empujón.
- ¡Esther! ¡¿A caso perdiste la cabeza?!
Estaba sorprendido.
Ella vio la ira en los ojos de ese ser que tanto quería e intentó escapar antes de que él pudiera decirle algo mucho más hiriente. Por el contrario, él la tomó de un brazo y no la dejó huir.
- ¿Hay algo que te falte gritarme en la cara? – le preguntó ella con la voz quebrada. Volteó cabizbaja y él no dudó ni un segundo en hacer lo que también quería: besarla.
Esther, sus labios y su inocencia, lo habían capturado de manera tal, que ya no recordaba ni la Mansión ni ninguno de sus problemas.
Y un beso se consumía, mientras las flores danzaban al son del viento.
miércoles, 8 de julio de 2009
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es lo mas lindo que escribiste hasta ahora *-*
ResponderEliminarme gusta mucho (L)
me hizo acordar a la escritura de poe de a momentos :D
holis SiiL!
ResponderEliminarrecién termino de leer... quería tomarme mi tiepo jeje agarré me hice unos mates y empecé a leer... qué queres que diga nenis? posta te veo como escritora, ojalá nunca pierda contacto con vos y pueda ir a pedirte un autógrafo cuando saques tu libro, te juro que me encantaría =) bueno, ahora me voy a leer otra entrada tuya que me perdí, sino me equivoco la segunda entrada que esa si que me la perdí jeje. bESOTES!! gracias por leer lo mio también jejej =)
n_n
hermosooo *O*
ResponderEliminarya está el capítulo 4, pero no sé si te andará el blog jeje avisame cuando vuelvas a retomar jeje Besotess!! n_n
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